Hay franjas horarias en las que se vive en un mismo pienso, una especie de campo magnético que abduce a los programadores televisivos que inducen a la audiencia a revolcarse por un bucle trenzado que se retuerce entre toreros, folclóricas de pedigrí y todos sus descendientes, ascendientes y relaciones laterales. Hay cadenas que sustentan su programación en este torbellino aderezado por informativos de sucesos, tendenciosas noticias políticas marcadas por el partidismo económico y algunas incursiones de famosillas en celo. Quizás sea un menú de adelgazamiento del pensamiento, muy ensayado y avalado por los sistemas internacionales de desactivación social.

El caso del ex-torero, ganadero, viudo, padre y padrastro, José Ortega Cano fundamenta un género que se basa en convertir al sospechoso en víctima de la maledicencia. Si se fija uno bien, una princesa es millonaria por comer rabo de torero. Una tonadillera fue viuda con disco de éxito por vinculación con torero muerto en accidente laboral. Su hijo es gancho en programa de supervivencia logrando cuotas de pantalla excepcionales, pero abandona porque tiene gota, y porque habrá cumplido ya su contrato de mínimos, pero tiene de compañera a la cuñada de una cantante, fallecida, cuyo marido es el torero del accidente mortal de automóvil. Dicen que no abandona la isla, donde está el hijo del torero muerto y la cantante imputada en corrupciones municipales, porque de salir, pierde cerca de un millón de euros contractuales. O sea, Intereconomía es un jardín de rosas, comparado con esta algebraica composición del cutrerío salvado o sin salvación. Y si miras las audiencias, te ahogas en el juramento.

Pero en las otras cadenas, se mantienen en parámetros muy similares, y en la primera estatal, los culebrones alcanzan temperaturas melodramáticas, de difícil encaje en los tiempos del Ipad. Escenas de una intensidad ideológica de entregas amorosas, lenguajes sobrecargados de significaciones machistas, perdones, cuernos y despechos que a uno que llega desnatado le provocan cordiales reflejos vomitivos, como con una mala resaca sentimental, o una trenza de neuronas en trapecio.