José Steinsleger Escritor y periodista
Ideologías de la revolución y fervor ideológico
La confrontación histórica de nuestros pueblos tuvo y tiene lugar en dos grandes espacios: el liberal- conservador y el nacional-popular, con sus respectivas izquierdas y derechas, «abajos» y «arribas»La detención en Venezuela de varios integrantes de las guerrillas colombianas, así como la entrega del periodista sueco colombiano Joaquín Pérez Becerra al gobierno de Juan Manuel Santos, han zambullido en la perplejidad a no pocos intelectuales y luchadores sociales de América Latina y Europa.
Con fervor ideológico, los unos traen a cuento que Salvador Allende salvó la vida del grupo de guerrilleros argentinos que en 1972 huyó de una prisión refugiándose en Chile; que Cuba jamás entregó un revolucionario a sus verdugos, que en el drama se impuso la «razón de Estado», que la revolución bolivariana se encontraría en su Thermidor, etcétera.
No es algo para celebrar. De lado y lado menudean los alegatos, denuncias y reproches. Los unos atacan al presidente Hugo Chávez, en tanto sus partidarios aseguran que la ideología de la revolución bolivariana se mantiene incólume. Tras la siguiente digresión, retomaré el asunto.
En la espina dorsal del continente, el triunfo de Ollanta Humala acaba de romper el bloque imperialista que apenas un mes atrás urdieron México, Colombia, Chile y Perú para dinamitar el proceso de integración política y de cooperación impulsado por Brasil, Argentina y los países bolivarianos.
Es de esperar que su gobierno fije posición clara frente al complejo proceso que vienen tejiendo los países de la Alba y el Mercosur. Sería un modo efectivo para conjurar, desde el arranque, el poder de la oligarquía peruana, la mafia fujimorista y los medios de comunicación alineados con Washington.
Dilema que atenaza a las izquierdas: ¿cuán revolucionario es Humala? Pregunta ociosa. El pueblo del Perú acaba de pronunciarse contra el capitalismo salvaje. Una victoria que, geopolíticamente, desafía las pretensiones imperiales de trasladar a nuestro continente el negocio de la guerra permanente. Para ello hay que barrer a Venezuela del mapa.
La confrontación histórica de nuestros pueblos tuvo y tiene lugar en dos grandes espacios: el liberal-conservador y el nacional-popular, con sus respectivas izquierdas y derechas, «abajos» y «arribas». Nada estuvo ni está escrito.
Así es que a las ideologías que, con fervor, aseguran pensar con el método del «materialismo histórico» no les vendría mal estudiar algo de historia. No me hago ilusiones. Sé que no disponen de tiempo, pues cualquier pensador europeo o gringo que se llame «stein» (o algo así) los deja boquiabiertos. Perdón... nothing personal. Olvidé que (con excepción de los jefes) el humor no es propio del «buen revolucionario». Volvamos a lo anterior y revisemos nuestros dramas:
1) Haití (1804). En el año de la independencia, el revolucionario Jean Jacques Dessalines se proclama «emperador», y dos años después el revolucionario Alexander Petion lo manda a fusilar. Con todo, la posteridad reconoció a Dessalines. El himno nacional se llama La dessalinienne.
2) Venezuela (1812). Francisco de Miranda, «el arquitecto de la unidad latinoamericana», Simón Bolívar, «el constructor». ¿Cómo posicionarnos cuando el primero capituló ante los españoles en Puerto Cabello, y el segundo votó en favor de su ejecución, para finalmente ser entregado a los españoles que lo dejaron morir en una prisión de Cádiz (1814)?
3) Argentina y Chile (1818). En la región del Cuyo (Mendoza), donde el libertador José de San Martín organizaba el Ejército de los Andes, son fusilados los hermanos Juan José y Luis Carrera. Poco después, el libertador Bernardo O'Higgins libra orden de aprehensión contra el guerrillero Manuel Rodríguez, quien sería asesinado en un «traslado» (Til Til). Despechado por la suerte de sus hermanos, José Miguel (a quien los indígenas de las pampas llamaban Pichi-rey) emprende por el territorio argentino una serie de correrías sangrientas sin ton ni son. Tres años después, es fusilado en Mendoza.
4) Gran Colombia (1829). El coronel José María Córdova, héroe de la batalla de Ayacucho (1824) junto al mariscal José Antonio de Sucre, se alza contra Bolívar. Luego de un combate sangriento, el general de brigada Daniel F. O'Leary ordena su ejecución.
¿No eran todos revolucionarios y luchadores independentistas? Oigo a los «humanistas» que dictan «éticas» a la carta: «la revolución devora a sus hijos». Pamplinas. Hemos dado cuenta de las recias lecturas y opciones del campo nacional-popular, a la hora de nuestra independencia. Y más vale no tocar las desventuras ideológicas de la Revolución Mexicana, o las de las izquierdas en el siglo pasado.
Ayer fueron las distintas lecturas de la revolución entre las logias masónicas. Hoy, la disputa por el canon del marxismo revolucionario. Y a muchos compañeros les cae la frase de Martí: «Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea...» («Nuestra América», 1891).
La irrupción de Ollanta Humala en el escenario político refrenda que lo importante para avanzar en estas luchas no pasa por la caníbal «unidad de las izquierdas» (histórica y crónicamente minoritarias), sino por la unidad de todas ellas con las fuerzas democráticas y antimperialistas que luchan por un mundo mejor.
© La Jornada