Iosu Balmaseda, Isabel Castro y Xabier Barber Miembros de la Comisión General de ESK
En las antípodas
De la crisis económica no vamos a salir produciendo más (hacen falta crecimientos de al menos un dos por ciento anual para empezar a crear algo de empleo y eso es ahora impensable) sino repartiendo las riquezas y los trabajos existentes. Aquí y en el resto del mundo.
El 2 de junio, representantes de Confebask comparecieron ante los medios para realizar un diagnóstico de la situación económica, financiera y empresarial de la CAV. También estuvieron de acuerdo con las exigencias de la CEOE sobre la negociación colectiva. Leído su relato, desde el sindicato ESK afirmamos estar en las antípodas de sus planteamientos (y que éstos son inútiles para el objetivo que dicen querer conseguir: salir de la crisis).
Pedían, básicamente, más flexibilidad laboral y un contrato específico para jóvenes que permita su despido sin carga para la empresa. Y exigían a la mayoría sindical vasca dejar a un lado la confrontación, porque «es cuestión de supervivencia».
Pues bien, la segunda petición se contradice con la primera. Más flexibilidad que ahora (más de la tercera parte de las personas con empleo son eventuales en alguna modalidad, buena parte de las que tienen contratos fijos «gozan» de una posibilidad bien barata de despido, se trabaja de noche y en fines de semana para producir mercancías, la Administración acepta todo tipo de EREs...) debería conllevar mayores niveles de confrontación, ya que para todavía más personas la precariedad de su situación sí sería una dramática «cuestión de supervivencia». Según el economista Alejandro Nadal («La Jornada», 1/6/2011), EEUU, país con gran flexibilidad laboral, tiene una de las peores tasas de desempleo abierto y disfrazado del mundo desarrollado, y la pauperización de la clase trabajadora es ya un rasgo estructural de su economía. Aquí, llevamos décadas sufriendo continuas reformas laborales, favorables a las exigencias de las patronales.
Se ha desestructurado el mercado laboral y no ha servido para salir de la crisis en la que el sistema capitalista entró en los años 1970.
Y es que el meollo del problema real no está en la flexibilidad, los salarios o las condiciones laborales. Parcialmente, podría estar en las desmesuradas retribuciones (cientos de miles y, en algunos casos, millones de euros anuales) que obscenamente perciben banqueros, altos y altas directivas de empresas multinacionales y, tal vez, alguna y algún miembro de la propia Confebask.
Pero vayamos al fondo. A su parecer, «costará salir de la crisis porque se ha perdido el pulso industrial». Confebask haría bien en preguntarse por qué se ha perdido ese pulso industrial y el dinero se ha vuelto fundamentalmente «financiero»; ¿no será que, en términos globales, ya se producía demasiado y no se podía vender todo lo producido y, en consecuencia, el dinero voló a lo financiero porque especular resulta más rentable?
De la crisis económica no vamos a salir produciendo más (hacen falta crecimientos mantenidos de al menos un dos por ciento anual para empezar a crear algo de empleo y eso es ahora impensable), sino repartiendo las riquezas y los trabajos existentes. Aquí y en el conjunto del mundo; entre nosotras y nosotros y entre países enriquecidos y países empobrecidos. Repartir las riquezas mediante, por una parte, una profunda reforma fiscal que genere más ingresos a las arcas públicas, haga aflorar la riqueza existente y que pague más quien más tiene; gravando las transacciones financieras (tasa Tobin)... Y eliminando, por la otra, gastos públicos socialmente inútiles (o perjudiciales), ecológicamente insostenibles y económicamente improductivos: gastos militares, altos cargos de las administraciones, ciertas infraestructuras (TAV, puerto exterior de Pasaia, incineradoras de residuos...), y otros sugeridos por las plataformas 15-M; dineros que podrían utilizarse, generando mucho más empleo, en mejorar la atención sanitaria, la educación, los cuidados paliativos, etc.
Y repartir los trabajos. Por un lado, el empleo existente (los trabajos remunerados), reduciendo drásticamente la jornada semanal (con reducción, quizás, de los salarios más altos) y las horas extra, rebajando la edad de jubilación (al contrario que la reforma) y transformando ese tiempo en nuevo empleo. Por otro, el trabajo doméstico y los trabajos de cuidados, que pasarían a ser realizados con más tiempo y por más hombres que ahora (avanzando así hacia una igualdad real) y mejoraría la calidad de vida de las personas cuidadas y de las cuidadoras.
Todo esto, no es utópico, sino probablemente imprescindible. Porque además de la crisis económica (de la que muchos millones de personas «disfrutan» en el mundo hace más tiempo y de modo más crudo), este sistema loco de crecimiento ilimitado está llevando a la Tierra a una crisis ecológica de resultados impredecibles, que nos puede hacer encarar, esta vez sí literalmente, «cuestiones de supervivencia» (Fukushima, con su gravedad, no refleja más que una parte de los problemas).
Salvo que Confebask, la CEN, el resto de las patronales y su representación política acepten traer el debate a este terreno (de justicia social, en definitiva), será inevitable no ya menos, sino más confrontación que la planteada por la mayoría sindical vasca (con quien ESK coincide plenamente en estos términos), a la que bien podría sumarse el resto de las organizaciones sindicales.