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Antonio Alvarez-Solís Periodista

¿Qué socialismo?

«Tras esa ambición básica para la vida colectiva como pueblo, muchos componentes de Bildu poseen una voluntad muy clara de instalarse en el socialismo como modelo de la existencia vasca», afirma el veterano periodista que dibuja un horizonte para el socialismo, aunque reconoce que es un concepto muy degradado. Defiende una civilización liberadora «basada en el colectivismo de las grandes expresiones culturales y valores económicos», con instituciones de dinámica horizontal, y concluye afirmando que Euskal Herria está preparada para un socialismo fundamentado en la solidez de los «elementos comunes».

Bildu fue concebido con un objetivo muy concreto y especial: luchar por la autodeterminación vasca. Es decir, conseguir un correcto funcionamiento de la democracia y de la libertad como auténticos cimientos de poder, en cuyo marco el soberanismo pueda constituir el gran logro que acaricia la mayoría de los ciudadanos de Euskal Herria.

Bildu es, pues, la herramienta básica para que los vascos logren la posesión de sí mismos tanto para convertir en realidad una larga ambición histórica como para establecer la propia carta de navegación en lo social y en lo económico. Mas no cabe olvidar que tras esta ambición básica para la vida colectiva como pueblo muchos componentes de Bildu -y es de esperar que se pueda unir Sortu a la gran empresa- poseen una voluntad muy clara de instalarse en el socialismo como modelo de la existencia vasca.

Pero el socialismo constituye hoy un concepto muy degradado, que puede suscitar no pocas reticencias. Conviene por tanto aclarar de qué socialismo se está hablando. Hay un socialismo socialdemocrático que se ha desvelado como una jugada insidiosa del neocapitalismo para suavizar formalmente su rigor autocrático por medio de coartadas puramente faciales como la alternancia en el gobierno. Este socialismo se comunica con una retórica propia del mundo liberal que deshuesa a las masas. Y hay un socialismo que tuvo vida en el marco de las llamadas democracias populares del cual han hecho jirones tanto sus adversarios de la gran burguesía como sus propios gestores, estos últimos forzados por un proceso hecho con materiales de derribo lingüísticos e institucionales prestados por la cultura dominante, de carácter burgués.

El conocido como socialismo real, o sea, comunista, no tuvo tiempo para formar la nueva conciencia colectivista que precisa el mundo y no llegó a producir, por ese apremio temporal, el arsenal de conceptos y emociones que han de mover a los individuos que habiten ese socialismo transformador radical de ópticas, emociones, lógicas y lenguajes propios de otro tipo de democracia admisible por las masas. O sea, la libre democracia socialista. Fue un socialismo intelectualizado y de asalto que produjo en el individuo una contradicción muy aguda entre lo que actuaba como historia, que era áspero, y lo que debería ser como futuro, que era subyugante. Sembró, pero no pudo llegar a beneficiar la cosecha.

Pero la necesidad del socialismo, que ahora debería denominarse colectivismo, se convirtió en una exigencia irrenunciable, sobre todo a medida que la economía y el modo de vida neocapitalistas han ido expulsando a multitudes crecientes de la soberanía política y del disfrute de los beneficios materiales que han quedado como patrimonio de un número decreciente de individuos. Hace falta, pues, un socialismo aceptable, pero ¿qué socialismo?

Repitamos que sería más aceptable hablar de una civilización liberadora basada en el colectivismo de las grandes expresiones culturales y valores económicos. Tanto las riquezas naturales como las energías surgidas en libertad, así como los medios financieros o la misma tierra deberían liberarse de la propiedad privada para poner todo ello a disposición de los ciudadanos en un proceso de creación personal o grupal que abasteciese un mercado de consumo perfectamente equilibrado por los poderes y las instituciones populares.

La propiedad se reduciría a gestión de los elementos básicos, que no perderían su carácter de posesión colectiva, y se movería así dentro de unos límites solidarios y seguros. Por lo pronto el trabajador dejaría de ser una mercancía más, como lo es ahora en el proceso de acumulación capitalista, y recobraría su carácter de persona. Existirían, cavilo, dos propiedades confluentes: la política o colectiva sobre los grandes bienes naturales o dinamizadores de la sociedad y la propiedad tradicional o personal sobre el resultado del trabajo transformador de los bienes citados. Todo ello, como es obvio, exigiría un cuadro de instituciones sociales que gestionarían una democracia de acción indiscontinua y cercana a los ciudadanos. Instituciones que habrían de caracterizarse por su dinámica horizontal, evitando con ello la piramidalización que ahora ha convertido la sociedad en un imperialismo con diversas facetas, pero siempre agavilladas en la cumbre por un cuadro de dirigentes inalcanzables e incontrolables. Un cuadro que no se caracteriza además por su organicidad para lograr un equilibrio universal -al que han bautizado de urgencia como globalización-, sino que funciona de acuerdo con una agresividad y una autofagia que impide toda suerte de paz y de justicia social.

El regreso al dominio colectivo respeto a las energías y bienes fundamentales se impone así como el único horizonte que garantice la igualdad y la libertad. No puede existir democracia si no hay primero una «democracia» de las cosas. Más aún, la democracia, para ser verdaderamente tal, exige un retorno a ámbitos dominables por los respectivos pueblos, que son los únicos que pueden garantizar con mayor o menor rigor unas relaciones universales donde el derecho internacional posea un valor cierto y donde los compromisos de mercado no caigan en la criminal tentación del dominio gestado por las minorías de poder. El colectivismo de base podría conducir además a una especialización de los mercados y a una división racional de las producciones.

Una sociedad horizontalizada conlleva necesariamente a ahorros obvios. Un colectivismo de base socialista entraña una reducción de la burocracia, un aumento de la libertad y una seguridad social mucho más efectiva. No hay que perder de vista que la violencia actual en cuyo seno viven los pueblos se debe de modo fundamental a la violencia que generan unos poderes cuyas funciones múltiples, y por tanto defectuosas, cuando no incomprensibles para las masas, han de apoyarse en mecanismos de represión y control muy costosos y voluminosos y, a la vez, generadores de violencias de respuesta. Los estados modernos ejercen una costosa y doble labor: mantener la sumisión en el interior de sus fronteras y hacer frente a la creciente insatisfacción ciudadana.

Quizá este despilfarro de medios -con el inmenso clientelismo- constituya, y hay que pensarlo así penosamente, la principal fuente de ingresos de las minorías que han hecho de la democracia un papel mojado.

Es curioso constatar cada vez con mayor evidencia que los únicos mercados que quedan en rentabilidad apreciable están constituídos por las armas, las energías naturales o los productos conducentes a la sumisión de las mentes. Las demás mercancías oscilan con un vaivén que no asegura ni el trabajo ni la continuidad de su dinámica productiva.

Euskal Herria tiene una tradición de colectivismo que resulta muy valiosa para construir un futuro socialista basado en unos bienes colectivos muy apreciables, una apreciable explotación de los mismos pese a los excesos del último capitalismo y un sentido muy alto de lo nacional, sustentado por el amor a la obra bien hecha. Todo ello puede estar muy herido por obra del sistema universal dominante, pero hay base para pensar en un futuro socialista que facilite medios de producción eficientes, manejo responsable y libre de los mismos y justicia básica en la distribución de los beneficios.

Está pues Euskal Herria preparada para un socialismo fundamentado en la solidez de los elementos comunes que puedan servir a la creatividad de individuos o asociaciones de individuos que puedan desarrollar sus potencialidades laborales en paz y libertad ¿Socialismo? ¿Por qué no?

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