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elecciones en turquía

Turquía, entre «la admiración y la aprensión»

La victoria del AKP no ha sorprendido a casi nadie, pero si quizás los resultados del BDP, representante de la minoría kurda. Los retos de los representantes turcos se muestran tanto a nivel nacional como exterior, pero sobre todo, en darle salida al conflicto con el pueblo kurdo.

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Txente REKONDO I Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La victoria del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) no ha sorprendido a casi nadie. Por primera vez desde 1946, un partido político logra vencer tres elecciones parlamentarias consecutivas, aumentando además el número de votos. Por otra parte, todas las formaciones que han logrado representación parlamentaria también se muestran satisfechas de los resultados obtenidos, aunque con claras diferencias entre unos y otros.

La bonanza económica, la centralidad del propio Recep Tayyip Erdogan y su proyecto reformador, y la posibilidad de afrontar la aprobación de una nueva Constitución han sido los ejes de la campaña electoral, y probablemente sigan centrando la actualidad política.

Con el apoyo del 50% de los votantes, el AKP ha logrado un nuevo hito en su carrera política, y ello a pesar que el sistema electoral turco le concede menos representantes que hace cuatro años (de 341 a 326), y sobre todo le impide afrontar las reformas constitucionales en solitario; para ello necesita el apoyo de otros 41 parlamentarios, y en caso de querer convocar un referéndum constitucional necesitaría el soporte de cuatro escaños. No debe extrañar, pues, las reacciones de Erdogan haciendo un llamamiento al consenso al resto de formaciones parlamentarias.

El otro gran triunfador ha sido el Partido de la Paz y la Democracia (BDP), representante de la minoría kurda, y que ha sabido sortear todos los obstáculos (detenciones, prohibiciones, criminalización, trabas electorales), obteniendo 36 parlamentarios (quince más que hace cuatro años). El sistema electoral turco está dispuesto para que los partidos kurdos queden excluidos, pero éstos han sabido presentarse como independientes, al tiempo que han sabido atraer también el apoyo de fuerzas de izquierda en ciudades como Estambul.

En el otro lado de la moneda se encuentras las dos formaciones opositoras. Tanto el Partido Republicano del Pueblo (CHP), de Kemal Kiliçdaroglu, como el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), han obtenido un resultado agridulce. Para los nuevos dirigentes del CHP era su primera cita electoral, y a pesar de aumentar el número de parlamentarios (de 112 a 135) no ha logrado llegar al 30% de apoyo. El nuevo estilo de Kiliçdaroglu, proponiendo consenso de cara a afrontar las reformas que desea el AKP, puede dar margen al partido para recuperarse en el futuro. No obstante todavía quedan dentro del mismo viejos clichés como se han visto durante la campaña electoral.

Por su parte, el MHP ha pasado de 71 a 53 escaños, y aún y todo se muestra relativamente satisfecho, ya que la mayoría de encuestas preelectorales señalaban las dificultades del mismo para alcanzar la barrera del 10%, lo que le condenaría al ostracismo y a un futuro incierto. Su defensa a ultranza del «nacionalismo turco» y su oposición a cualquier negociación del tema kurdo son los ejes de su agenda política, y difícilmente encajarán en cualquier intento de cambio que se quiera llevar adelante.

Los retos que afrontarán los dirigentes turcos se manifiestan tanto a nivel de la política doméstica como su acción hacia el exterior. La economía sigue siendo la principal baza que maneja el AKP. Con un crecimiento anual del 10%, habiendo doblado el PIB desde 2002 y triplicado el número de sus exportaciones, Turquía se ha situado como la decimoséptima potencia económica mundial. Por ello, los retos se sitúan en torno a la reforma constitucional, el sistema presidencialista y sobre todo, al conflicto con el pueblo kurdo.

La Constitución de 1982 es el producto de un golpe militar, y se caracteriza sobre todo por las limitaciones sobre los derechos individuales, al tiempo que concede privilegios al estado a costa de sus ciudadanos. Se forjó un sistema donde la alianza entre militares, judicatura y burocracia tejieron los pilares del status quo de todos estos años, favoreciendo además el bipartidismo y el llamado kemalismo. Como señalan algunos analistas «Turquía era un país de leyes pero donde no imperaba la ley». Otro aspecto de esa Constitución es su firme defensa de la indisolubilidad del estado turco.

Los resultados electorales impiden al AKP afrontar esa nueva constitución de forma solitaria, y por ello deberá comenzar a buscar aliados, algo que por otra parte apoya la mayoría de la población. La nueva dirección del CHP, sus coincidencias en aspectos relativos al ingreso en la Unión Europea, o reformas puntuales en el pasado, pueden acercar posturas. Aunque los dirigentes del CHP han mostrado su rechazo a un cambio de los tres primeros artículos de la Constitución (laicismo, kemalismo y unidad territorial), así como importantes reticencias hacia el sistema presidencial que perseguiría Erdogan.

El conflicto con el pueblo kurdo será una vez más otro eje central del rumbo que tome el estado turco en el futuro. El éxito electoral del BDP es una muestra más de la voluntad del pueblo kurdo para afrontar una salida negociada al conflicto (como viene demandando el dirigente encarcelado del PKK, Ocalan). La centralidad kurda obligará a retratarse a las fuerzas turcas, y el AKP deberá elegir por ser el partido que encauce el histórico conflicto o lo perpetúe, el CHP se unirá a un posible proceso de paz o se alineará con las fuerzas más reaccionarias del país, mientras que el MHP parece dispuesto a apostar por la línea más dura.

En los próximos meses seguirá probablemente el debate en torno a la adhesión del estado turco a la UE, mientras, los gobernantes del país seguirán su diseño en torno a ganar peso en la región. Las revueltas de la llamada primavera árabe han podido trastocar los planes de Ankara, sobre todo los acontecimien- tos de Libia (en clave económica) y Siria (en clave política). En este último caso, además de los lazos que habían forjado los gobiernos de ambos estados, la afluencia de refugiados sirios y kurdos puede poner en un serio aprieto la agenda diseñada anteriormente.

Por su parte, en torno a Irak, Turquía mantiene una cauta postura, evitando apoyar a unos u otros hasta que las cosas se aclaren, y sobre todo sin perder de vista la evolución en el Kurdistán del sur. En este contexto puede que el modelo de laboratorio político turco (la llamada democracia-islamista) puede verse alterado en función del devenir de los acontecimientos.

Algunos dirigentes turcos han señalado que se ha acabado el tiempo de los golpes militares y la llamada triple alianza que sustentaban el anterior status quo. Paralelamente algunas fuentes muestran sus temores en torno a la existencia o no de una posible agenda oculta que acabe llevando a Turquía a un modelo similar al que se vive en Rusia, la llamada «democracia soberana». Como señalaba la editorial de un prestigioso periódico inglés, «admiración y aprensión» caracterizan la situación en Turquía.

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