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Antonio Alvarez-Solís Periodista

El odio que aflora

«He asistido a tres explosiones de odio verdaderamente feroz» afirma el autor, quien con esta expresión hace referencia a las reacciones de los peruanos «blancos», con restos de un coloniaje mal troquelado, de repugnancia sobre los «cholos» y los indígenas que han dado la victoria electoral a Ollanta Humala; la recuperación de la tradición insultante española contra la «gentuza» encarnada por los «indignados» de la Puerta del Sol; y finalmente, Bildu, que ha sido puesta en el disparadero desde todas las «baterías de la única patria posible», que no exhibe «pensamiento sino amenazas».

En tres días consecutivos he asistido a tres explosiones de odio verdaderamente feroz en las excitadas páginas periodísticas que acogen las opiniones de muchos lectores que navegan a la deriva por un océano de simplezas. Se trata de un odio elemental, intelectualmente miserable. Ha sido una experiencia triste comprobar una vez más la carencia de formación intelectual que arrastran tantos españoles, aunque no me ha sorprendido en absoluto. Lo que esos ciudadanos paroxísticos entienden por normalidad democrática, una democracia de corralito, suele derrumbarse y convertirse en agresividad ciega tan pronto sus oponentes consiguen una victoria o se significan por superar el muro que limita la libertad a una resignación que empobrece la existencia.

La llamada normalidad tiene en estos casos un fondo de pobreza moral. Quizá el hecho se deba a que la cultura que está muriendo apaga la luz del pensamiento como forma de defensa e introduce un miedo inconcreto en demasiadas almas, incluso en las de aquellos a los que el sistema niega la dignidad de vida más elemental, pero que prefieren el status quo a la aventura de la creación. Es como si los sucesos que revelan la crisis profunda que se está produciendo en la sociedad les dejase desnudos frente a sí mismos.

Esos ciudadanos que se derraman en expresiones soeces, de una torpe primariedad contra los que intentan un cambio enriquecedor de la convivencia, se duelen con lamento repetido de lo que les acontece cotidianamente, mas paradójicamente necesitan amo. Un amo que les azote, pero que les de la seguridad de que no quedan huérfanos de una servidumbre con derecho a sopa. No es una época para historiadores sino para psicoanalistas.

Primer horror en estas jornadas. Si tienen ocasión lean lo que los peruanos «blancos», lindos y de orden dicen en sus correos periodísticos del nuevo presidente, Humala, y de los indígenas que lo han aupado al poder. No se trata de juicios políticos más o menos reflexionados sino de encono y repugnancia sobre los cholos. Restos de un coloniaje que troqueló mal el mecanismo de la inteligencia. Son correos para que una justicia equilibrada entrara con severidad por sus autores para que respondiesen de la injuria detestable, de la calumnia barriobajera, de la llamada a la acción criminal. Dudo que el nuevo mandatario peruano pueda gobernar con una mínima paz dado el entorno en que se mueve. Supongo que esos peruanos lindos y de buena familia recibirán además el apoyo de países como Norteamérica o de sus habituales aliados. Los denuestos de los chicos «bien» buscan provocar, supongo, una situación en que se produzcan determinadas violencias para reclamar de inmediato la mano dura de los administradores del orden, que siempre viste casaca militar y derrama sangre excedente. El Derecho internacional hace tiempo que ha calado la bayoneta.

Segundo horror. El español de la calle ha recuperado también, en dosis muy altas, su tradición insultante contra la «gentuza». No hay día en que la mayoría de los corresponsales espontáneos de los periódicos del régimen, -y díganme si hay otros en Madrid y provincias afines- pronunciándose, eso sí, desde el más despreciable anonimato, no pueblen las páginas de los cotidianos de toscos dicterios contra los «indignados».

Una señora habitualmente inteligente ha llegado a preguntarme qué pretenden los «indignados» quebrantando el bello orden de la Puerta del Sol. «Pretenden justicia, señora», le he aclarado. Y a continuación, para no afirmar de vacío, le he descrito, como en un turbión histórico, de dónde vienen esos «indignados», que están dando, sea dicho de paso, una lección de paz y democracia. Son gentes en las que afloran por estirpe cientos de años de servidumbres repugnantes, de opresión violenta, de carencias innumerables, de futuros nunca cumplidos, de atropellos institucionales, de menosprecios cotidianos.

Un joven archiconservador oponía a mi defensa de los «indignados» unas imaginadas biografías irritantes y descompuestas. Les acusaba de vagancia, de violencia zafia. Es sorprendente el polisignificado que tiene la voz «violencia» en España. Violentos fueron, por ejemplo, los republicanos que en 1939 tuvieron al fin que empuñar las armas frente a quienes, usando deslealmente del fusil y del uniforme y aprovechando la bendición episcopal, así como la ayuda criminal de las clases poderosas de Francia e Inglaterra, arremetieron contra el orden constitucional instaurado tras unas elecciones tan legales como legítimas. Pero las elecciones las había ganado legítima y legalmente la «gentuza», los que, en frase de un dirigente socialista asturiano, temeroso, como no, de las masas, acabaron por reclamar incluso azúcar para añadir al café. Ay, la permanente deslealtad del socialismo a la calle.

Tercer horror. Ahora toca a Bildu. Va a ser muy dura su victoria. Desde las instituciones han sacado, con ayuda de la calle española, que jamás acertó con la puerta de la modernidad, las baterías del Parque de Monteleón para defender a la única patria posible, la que no admite discusión ni excepciones, la que no exhibe pensamiento sino amenazas. ¡Y esos que se quejan del supuesto peligro que supone pensar en Euskadi pueblan de ultrajes a quienes, desarmados y notarios de la paz, han decidido exigir la democracia y la libertad para todos los habitantes de Euskal Herria, incluso para aquellos que deciden lo vasco desde el ámbito de otro mundo! Hay algo peor que la ignorancia y es la ignorancia adjetivada, la ignorancia cínica. Vamos a hablar un poco de ello alrededor de una mesa en que estará encendido el candil simple de la buena voluntad.

Los presuntos guardianes del único marco democrático al que se puede aludir sin riesgo de que la ley caiga como cae sobre sus oponentes han hecho ya las primeras cuentas malévolas del dinero que figura en los presupuestos de los ayuntamientos ganados por Bildu en las urnas. Y han llegado a la conclusión inicial, pero solemne, de que ETA verá sus arcas henchidas de medios para proceder a su rearme.

Las secciones del correo electrónico de los periódicos de Madrid están repletas de esta advertencia, que opera como una bomba lapa en la conciencia de muchos lectores que viven en estado de guerra permanente contra Euskadi. Esto se dice, además, sin que teman que los calumniados puedan acudir a un tribunal para que se restaure su honor público y privado. ¡Hasta tal punto piensan que las instituciones les pertenecen y pueden desbaratar cualquier paso adelante en la apertura de la libertad!

El ministro del Interior, vicepresidente primero del Gobierno y candidato a la vez a la cumbre del poder ha llegado a declarar que si las cosas se hubieran hecho bien Bildu no presidiría hoy más de cien ayuntamientos ¿Qué ha querido decir el Sr. Rubalcaba con esta increíble afirmación? Porque el Sr. Rubalcaba no se refiere con ese «hacer bien las cosas» al protagonismo de una política que rodee de adhesiones a los socialistas. A eso no creo que se atreva a llegar. El Sr. Rubalcaba ha de referirse por fuerza a los mecanismos subterráneos para cortar el paso a una fuerza política que trabaja denodadamente por la paz mediante su oposición a toda violencia ¡A toda, Sr. Rubalcaba! ¡Qué mal aspecto tiene todo esto! ¡Y qué mal aspecto tiene lo que vendrá dentro de unos meses!

Sólo queda un camino para arar la tierra y dejarla lista para la cosecha nueva: la presencia de la calle en torno a la nueva libertad. Una presencia activa y limpiamente crítica.

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