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NUEVO MAPA INSTITUCIONAL EN EUSKAL HERRIA

Pareja de interés, ¿con divorcio en el contrato?

Ramón SOLA

En Nafarroa hay quienes piensan que el pacto UPN-PSN es contra natura, y quienes, por contra, lo sitúan como consecuencia lógica de su trayectoria de colaboración. La primera rueda de prensa del matrimonio político Barcina-Jiménez ofreció argumentos a ambos. Por un lado la imagen, con la guinda del aperitivo amistoso y relajado en una terraza, avala a quienes entienden que son pareja destinada a durar. Por otro, su rifirrafe en torno al aborto es señalado como síntoma de que la coalición acabará en ruptura.

Ambas tesis tienen su parte de razón. Para UPN y PSN no es inverosímil unirse, ni mucho menos, pero tampoco es lo natural. Si lo han hecho es, simplemente, por interés y por necesidad. Los resultados del 22-M han confirmado lo que Miguel Sanz ya veía en 2007 cuando cerró un acuerdo con José Blanco, aun a costa de dejar en la cuneta al PP: que en un nuevo ciclo, la fuerza emergente en Nafarroa son los abertzales, y eso pone en riesgo a medio-largo plazo su intocable estatus.

En ese escenario y con los números electorales en la mano, la vieja fórmula del «gobierna tú, que ya te apoyo yo» se les queda corta. Con la coalición, el PSN ayuda a UPN al apuntalar el Gobierno de Barcina, pero UPN ayuda también al PSN a darle cierto peso institucional tras el peor resultado de su historia, dos décadas sin rascar bola en Diputación y una presencia escasa en grandes ayuntamientos.

Lo de UPN y PSN, por tanto, es más que un pacto de no-agresión: se ayudan a sí mismos a crecer mutuamente, porque saben que ésa es la única opción de impedir que los abertzales sigan ganando terreno desde la oposición y nítidas políticas de izquierda. Y, en coherencia lógica, ahí va un pronóstico: como se apreció el martes, Barcina y Jiménez posarán unidos pero escenificarán desacuerdos, gobernarán juntos pero no revueltos, colaborarán pero intentarán a la vez ensanchar espacios políticos, serán gobierno pero el PSN fingirá casi oposición cuando se tercie. Y allá por 2014 ó 2015, quizás incluso una ruptura interesada que permita a ambos llegar a las urnas en posiciones más sólidas.

Sólo tienen un problema: que los abertzales, la auténtica oposición, también disponen de tres o cuatro años para avanzar. Ahora sí empiezan a vislumbrar que pueden ser mayoría un día. Jiménez es el primero que lo sabe. Por eso lo niega. Y por eso ha unido su suerte a la de Barcina.

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