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Euskal Herria se cree esta gran oportunidad, Europa también, ¿y el Estado español?

Los dirigentes políticos y medios españoles están optando por correr una densa cortina de humo sobre el juicio que se celebra desde el lunes en la Audiencia Nacional. Resulta comprensible por qué: se trata de una vista oral que nadie entiende en Euskal Herria, donde al estupor le ha seguido la respuesta masiva de ayer, y que tampoco resulta «vendible» en el marco internacional. Tras una semana en la que desde Madrid se ha hablado largo y tendido sobre la liberación de dos disidentes políticos chinos y se ha presentado como un escándalo la restricción de sus comunicaciones y movimientos después de ser llevados a sus domicilios, ¿cómo defender un juicio con peticiones fiscales de diez años de cárcel por cabeza a líderes independentistas que, además, han hecho una apuesta evidente por la solución, la política, la democracia y la paz? Extremo éste que precisamente en ese juicio está quedando, si cabe, más claro. Si cabe, porque desde el momento de su detención era evidente el compromiso de esos militantes abertzales con el nuevo ciclo político.

El silencio extendido sobre lo que ocurre en la Audiencia Nacional viene a mostrar la incapacidad para asumir una persecución política que a estas alturas no se puede explicar sólo como un fenómeno de pura inercia. El propio desarrollo del juicio, además, está mermando la credibilidad del Estado en la medida en que los acusados no se esconden, sino que están explicando con honestidad total qué hicieron, por qué y para qué. Su credibilidad ya es la gran vencedora de esta vista.

Y es que si lo que está en juego en la Audiencia Nacional son hasta 80 años de cárcel en el aspecto penal, en el puramente político lo que se ventila es otra cosa fundamental para avanzar: la credibilidad de cada cual. La izquierda abertzale ha disparado la suya en pocos meses y años a partir de un factor que explicaba Arnaldo Otegi en la última entrevista concedida a GARA: «Hemos sintonizado con nuestro pueblo». Los resultados de Bildu el 22 de mayo son el dato más palpable. Y la responsabilidad adquirida en muchas instituciones vascas pueden ser ahora una palanca para aumentar aún más esa credibilidad si la gestión se hace conforme a los intereses populares, con total transparencia y con iniciativa para seguir abriendo nuevos escenarios para avanzar en la dirección que la gran mayoría de la sociedad vasca demanda tanto en las urnas como en la calle, y la manifestación de ayer en Donostia, una clara apuesta «por el futuro», no es sino la última muestra de ello.

La capitalidad, una señal

Pero esta credibilidad no es sólo un logro fehaciente en Euskal Herria. También desde Europa ha llegado una señal evidente con la elección de Donostia como capital europea de la cultura para 2016. El berrinche español tiene razón en algo: dejando a un lado los méritos técnicos de la candidatura de Donostia, las explicaciones ofrecidas por el jurado confirman que se optó por ella precisamente gracias al nuevo escenario político abierto en el país.

Ello confirma que, visto desde el exterior, este país presenta ahora un «valor añadido» evidente en cuanto a proyección y atractivo. El asunto de la capitalidad europea muestra, además, hasta qué punto el nuevo escenario crea perspectivas y campos de juego impensables. Por ejemplo, la izquierda abertzale, probablemente desinteresada en su día ante este evento, lo contempla ahora como una oportunidad y no como un riesgo. Y, por su parte, instituciones distantes de la izquierda abertzale, como el Gobierno de Lakua, se han visto obligadas a defender el derecho de organizar la cita y la justicia de la decisión frente a los llamamientos vergonzosos a boicots y pucherazos.

El Estado tiene la respuesta

Resulta significativo que uno de los adalides del intento de contrataque contra la elección de Donostia sea el ex ministro de Interior y Justicia del PSOE Juan Alberto Belloch, ahora alcalde de Zaragoza, una de las ciudades rivales. Su intervención refleja perfectamente el nerviosismo de quienes ven moverse bajo sus pies el escenario que controlaron durante muchos años gracias a policías y leyes de excepción. Mejor haría Belloch en hablar de cosas sobre las que sí debe una explicación a los vascos, como la sentencia de Estrasburgo de esta misma semana que ha condenado al Reino de España por la detención -cuando él era biministro- injustificada y atentatoria al honor de un ciudadano vasco llamado Patxi Lizaso.

Y es que los hechos van confirmando que el cambio de época forzado por la izquierda abertzale es creíble y creído ya en Euskal Herria y también en la esfera internacional. Sólo se resiste ese espacio intermedio formado por los estados español y francés. Por eso, para perpetuar el pasado, han sentado en el banquillo a estos ocho militantes independentistas, con la intención de intentar seguir sembrando dudas sobre una apuesta política más clara que el agua. Y al hacerlo, parecen no reparar siquiera en que la credibilidad que está en entredicho es la suya.

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