La imposición de un nuevo «rescate» a Grecia, con la complicidad de su Gobierno, supone la confirmación de que el país heleno se ha convertido, de facto, en una república bananera gobernada por el eje Berlín-París, al estilo de las que EEUU instauró en América Latina en el siglo XX.

Los griegos sudarán sangre para que los usureros puedan seguir cobrando sus préstamos, con intereses, en una rueda infernal que empobrecerá a la población e impedirá, consecuentemente, cualquier atisbo de recuperación económica. Mucho saben de ello en Sudamérica.

Tanto que hasta podrían enseñarles en el Ágora ateniense que, sin soberanía económica, la soberanía política es una pura entelequia.

En este sentido, resulta sintomático que el penúltimo episodio de la crisis griega haya coincidido con el boicot de su Gobierno a la flotilla de solidaridad con Gaza. Primero fueron las trabas burocráticas y exigencias económicas para impedir que los barcos atracados en los puertos griegos pudieran zarpar. Luego llegó el turno a los sabotajes a varios de los barcos, tras los que no es difícil atisbar la larga mano del Mossad israelí.

Visto que los solidarios de Rumbo a Gaza insistían en hacerse a la mar, el Gobierno heleno ha terminado por prohibir la iniciativa. Sólo le falta expulsar a los barcos y mandarlos de vuelta a casa.

El Gobierno griego ha comenzado pronto a pagar el coste del rescate. Y lo ha hecho en shequels, que van directamente a las arcas de los gobiernos alemán y francés, tan solidarios ellos con las revueltas árabes que se siguen ciscando en los palestinos (los últimos árabes) para tranquilidad de Israel.