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Antonio ALVAREZ-SOLÍS Periodista

Elegancia

Si la soberanía nacional existiese, es decir, si fuese una realidad permanente en cualquier ocasión, me gustaría hablar de elegancia con la magistrada Angela Murillo. Hablar en paridad de planos, aunque yo sea titular de la soberanía nacional y ella, como funcionaria de la justicia, y no como particular, ocupe un plano inferior, ya que a la soberanía nacional debe su alta potestad judicial ¿De qué íbamos a hablar? Repito: de elegancia. Pero no de elegancia física o material, sino de elegancia espiritual. De esa elegancia que según mi compañera Amparo Lasheras «ayuda a la amabilidad de convivir y forma parte de la cultura y también de la política».

En el actual juicio contra Otegi y otros procesados por su implicación política abertzale -el asunto ya es conocido, por lo que me excusa de puntualizaciones-, la magistrada hizo otra exhibición de vulgaridad en las formas y de coerción moral ante los acusados por lo que sugiere de predeterminación en el juicio. Ya el Tribunal Supremo le anuló una sentencia anterior por algo parecido. Uno sueña con magistrados que procedan al menos con eticidad, que es lo mismo que elegancia y mesura. A una procesada que declara su actuación como contraria a la violencia política no se la puede interrumpir con la pregunta tortuosa de si cree que «un tiro en la nuca es violencia política». Eso es una agresión con abuso de superioridad y hace sospechoso al juzgador. Eso no es elegante y la elegancia forma parte de la ética del comportamiento. Como no fueron elegantes otras observaciones suyas de tertulia de trajinante. Y digo: ¿qué esperan sus superiores para llamarla al respeto a los ciudadanos, estén en la situación que estén?