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Se acerca un colorista y plural Bilbao BBK Live

Concluido Azkena Rock Festival con un considerable éxito de público y artístico, salvo por Ozzy Osbourne, ahora le toca turno a otro de los grandes festivales europeos, el Bilbao BBK Live, que cuenta con Coldplay como el grupo de mayor proyección. The Black Crowes es el segundo nombre en rango y los británicos Suede, el tercer cabeza de serie.

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Pablo CABEZA | BILBO

La mayoría de festivales intentan organizar su existencia siguiendo un ideario. El FIB lo tiene, como lo posee Sonisphere, el Derrame Rock, el Sónar, Pirineos Sur... los medianos y los más chicos. Ocurre, no obstante, que, cada año que transcurre, la pureza de línea se ve entorpecida por la imposibilidad de componer un cartel atractivo sin recurrir a las repeticiones o a los cruces de sangre bastarda traicionando, en parte, la filosofía del festival. La cuestión es que hay muchos eventos y que los grupos por los que el aficionado está dispuesto a pagar, viajar y dejarse los huesos (casi siempre de buen gusto), representan una cifra tan concreta y pequeña que en cinco años ya se han quemado. Consecuencia: repetir nombres y/o mezclar estilos, y adiós linaje.

Para Azkena Rock se puede organizar un debate en el que dialogar sobre la filosofía del festival, como se hizo en Gasteiz. Sin embargo, la misión sería compleja si se pretendiese discutir sobre la esencia del Bilbao BBK Live, ya que, si algo lo caracteriza es su «biodiversidad» musical, que revierte en una consciente falta de carácter, a no ser que, precisamente, esa variedad sea su principio básico. En realidad, es posible que así sea puesto que a Bilbo, como a sus chistes o bilbainadas, le encantan las cosas grandes y Bilbao BBK Live nació para ser popular antes que singular. En principio, un planteamiento que no implica apostar por la carencia de calidad, ya que hay propuestas mayoritarias con un discurso musical valioso y atractivo. No hablamos, evidentemente, ni de Shakiras ni de Bisbales, que, si bien pueden congregar a miles de seguidores, no deben pasar a la historia de la música por sus tesis musicales, ya que carecen de entidad, valores y aportación.

Probablemente lo que desearían los dirigentes de esta ciudad, así como organizadores y entidades patrocinadoras, es un Bilbao BBK Live aún más grande (en más de una ocasión se ha escuchado un lamento por no disponer de un espacio mayor), con más cabezas de cartel que tres, cuatro o cinco, pero, a Bilbo le llaman el botxo y sus recursos dan de sí lo que dan: un espacio como Kobetamendi (y gracias). Un lugar que cuenta con un precioso camping lleno de árboles, pero pequeño; dos escenarios que, por separado, no pueden con 50.000 personas, salvo el caos; un espacio muy limitado para albergar camerinos, urinarios, sala de prensa (los periodistas lo agradecen eternamente), tiendas, barras y otras opciones de entretenimiento y ocio. Kobetasonic posee mucho encanto, sin duda: un monte cien metros por encima de la villa, con la ría como dibujo romántico que conduce la mirada hasta el cercano mar o, lo mismo, hacia las fuertes montañas de Durangaldea. Una atalaya que muestra el arco de San Mamés con su fornida historia, la torre de Iberdrola, que quizá no signifique ningún logro o progreso, el Guggenheim, el tramado de calles, el verde que lo rodea... o el ocaso de la tarde.

El enclave es coqueto, pero, lo dicho, limitado, y el Ayuntamiento se empeña, además, en complicar sus accesos al no corregir el trazado y anchura de la carretera que comunica el núcleo urbano de la ciudad con Kobetamendi. Lo descuida al no haber conseguido (al principio pareció intentarlo) que la tierra que aguanta las miles de pisadas de los dos escenarios mantuvieran su hierba el máximo de tiempo posible. Durante varios años, diversas empresas (municipales o no) estuvieron chapuceando: quita tierra, pon tierra; quita ésta, pon de aquélla. Ahora marrón, ahora negra. ¿Qué se ha quedado al final? Lo peor, una tierra arcillosa que se convierte en barro con cuatro gotas, un posible barrizal repleto de piedras, hierros y miles de vasos de plásticos que quedaron enterrados en una edición pasada. En Kobetamendi se puede apreciar con claridad, la buena tierra y recia hierba primigenia (que da la vida en los laterales para sestear o descansar) y la chapuza actual.

¿Y de música?

Es importante, sin duda, pero el nombre de un festival forjado con buena historia, por sus prestaciones, sus comodidades, su singularidad y servicios, son tanto o más vitales que el cartel, dicho con prudencia. En Bilbo, hubo hace años un intento de macrofestival de varios días, y fracasó, además de por su programación, por el lugar tan inhóspito: la antigua Feria de Muestras. A éste le siguió otro buen intento, con mejor cartel, pero también se vino al traste porque las mayorías quieren que en los festivales grandes se programen figuras y, además, se ofrezcan pluses: paisaje, comodidades, formas de ocio, carpas diferentes... Vamos, un Disneylandia. Recuérdese que el festival de «La vaca» fracasó por no encontrar el lugar adecuado, perdiendo varios cientos de millones de euros, y que, algunos patatales o cementos de Madrid, terminaron con algún que otro festival.

Quienes vayan a asistir al Bilbao BBK Live ya saben todo lo que hay que conocer de la mayoría de los grupos nocturnos; es decir, los que llenan los campos base y posibilitan que haya un nuevo festival al año siguiente. Las sorpresas habrá que buscarlas en horas menos evidentes. The Twilight Singers es un grupo de rock estadounidense formado por Greg Dulli, líder de The Afghan Whigs, en 1997. Presenta «Dynamite Steps» (Subpop, 2011), su quinto álbum. Y aunque no venga a Bilbo con las colaboraciones de Ani Di Franco o Mark Lanegan, el grupo y la voz de Gregg van a posibilitar una excelente propuesta que conviene no perderse.

Beady Eye es la banda de Liam Gallagher, tiene su morbo y ciertas cualidades. Su disco debut no ha cubierto expectativas, todos parecían esperar otro Oasis renovado; pero, en cualquier caso, el proyecto ofrece un innegable interés.

El viernes no nos perderíamos el soul de Noisettes, el sonido del guateque y la buena voz de la peculiar Shingai Shoniwa. Con ella el viaje al soul de los sesenta está garantizado. El éxito de Vetusta Morla no lo entendemos, pero tendrán sus miles. Difíciles, pero The Mars Volta, el dúo tejano formado por Omar Rodríguez-López y el vocalista Cedric Bixler-Zavala a comienzos de la pasada década, es demasiado incitante como para despistarse.

Kaiser Chiefs suenan bien en disco y en dosis pequeñas; en directo, sin embargo, llegan a tener puntos de empalago o momentos que se olvidan al día siguiente. TV On The Radio es una banda formada en Nueva York en 2001. Celebran su décimo aniversario con «Nine types of light», su cuarto disco. TVOTR pasan de estilos, es rock con todo lo demás, incluido: los buenos ritmos para el baile rockero. Su tiempo de escenario se encuentra entre lo más atrayente de la jornada.

Kasabian es un cuarteto británico curioso en un primer nivel, pero que puede dejar un sabor similar a Kaiser Chiefs: olvidables al día siguiente, bailables en el momento. III (chk chk chk) es una buena apuesta de ritmo y rock. Se suman al rock bailongo, aunque con mayor picardía y recursos que los casos anteriores.

El sábado, los nombres con menos proyección, pero con posibilidades de sorpresa son Jack Johnson y Seasick Steve. Al primero se le estima por sus sencillas y envolventes canciones acústicas, su olor a mar y surf, pero es una incógnita cómo le puede sentar un festival y un escenario tan grande. Seasick Steve es un bluesman californiano que domina el ritmo de los pantanos, la pedal steel guitar, la guitarra slide y la eléctrica. Su ritmo sigue las pautas de John Lee Hooker, pero es más anárquico. Es la gran sorpresa del Bilbao BBK Live, pero también el más descontextualizado. Sería una lástima que no se le entendiese y cuesta adivinar cómo ha podido llegar al festival, pero bienvenido sea este barbudo leñador.

Por último, quizá Japanese Voyeurs pongan también cuarenta minutos descarnados e inolvidables a pesar de la hora. Cuestión de no perdérselos si se desea ir más allá de lo común.

Los autobuses municipales son claves para el desplazamiento

Dada la ubicación de Kobetamendi y la imposibilidad de acceder al recinto, o incluso al barrio, sin el permiso municipal correspondiente, los autobuses municipales se muestran como la mejor opción para llegar, en especial si se es mochilero. Los taxis son otra opción, pero dependiendo del horario o del humor del agente municipal, pueden dejar al usuario a casi un kilómetro de distancia, y cuesta arriba. Además, los autobuses son gratuitos. La salida de éstos se realiza ininterrumpidamente desde la calle Rafael Moreno “Pitxitxi”, calle pegada a uno de los laterales del campo de San Mamés. Otro de los puntos de partida es el BEC, en Barakaldo. Además, se han habilitado 2.700 plazas de estacionamiento en el mismo BEC. Sacar el coche costará 7 euros. Se recuerda que el camping es gratuito para quienes posean pulsera y que sin ésta, si se sale del recinto, no se podrá volver a entrar. Es decir, las entradas de un día no conllevan el derecho a entrar y salir, sólo el bono de tres días. Es posible introducir comida.

 
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