REPORTAJE
En crisis, libro prestado
Libreros y bibliotecarios no se ponen de acuerdo sobre el efecto de la crisis en la literatura. Algunos creen que las dificultades económicas han multiplicado el préstamo. Otros consideran que los bolsillos no condicionan el acceso a la lectura. En lo que sí que existe unanimidad es al considerar el verano como el momento estrella para la lectura.
Alberto PRADILLA | IRUÑEA
Sacar de paseo a un libro es una de las prácticas más habituales del verano. Otra cosa es que luego se lea. En muchas ocasiones, ni Stieg Larsson ni Irati Jimenez tienen que molestarse en echarse crema cuando acompañan al lector a la playa o la piscina. Protegidos en el interior del bolso, hacen bueno el dicho de que lo mejor del sol siempre es la sombra. Quizás por este motivo, y teniendo en cuenta que los bolsillos ante la crisis sufren de inanición, parecería lógico pensar que las bibliotecas se impongan como alternativa a la compra en uno de los momentos del año en el que más libros se demandan. Aunque no es del todo cierto. Bibliotecarios, libreros y lectores coinciden en que el período estival es una gran jornada de puertas abiertas para personajes que van desde Hank Chinasky hasta las edulcoradas protagonistas que imaginó Corín Tellado. En lo que no se ponen de acuerdo es sobre los efectos de la crisis en la literatura veraniega.
«Se nota que hay menos dinero y que la gente prefiere coger libros prestados antes que comprarlos», asegura Eva Iriarte, trabajadora de la biblioteca de San Francisco, en Alde Zaharra de Iruñea. La antigua sede de la Biblioteca General de Nafarroa ha registrado desde marzo un increscendo en el número de solicitudes. «La gente viene para aprovisionarse de libros antes de Sanfermines», explica. De la misma opinión es su compañera Esther, convencida de que «la gente compra menos y tira más de biblioteca». Un ejemplo: «Una mujer llegó diciendo que compraba de media 200 libros al año, pero que desde que la crisis ha afectado al bolsillo, ha recurrido al préstamo», indica la bibliotecaria. No obstante, tampoco se puede decir que exista unanimidad en el gremio. Rebeca Erro, trabajadora del Civican del barrio de Donibane (una especie de centros sociales capitalizados por Caja Navarra y que se han convertido en el núcleo de la red vecinal organizada por los gobiernos municipales de Yolanda Barcina), considera que, «no hemos notado un cambio especial en relación a la economía». A juicio de la joven, con cinco años de experiencia a sus espaldas, «de cara al verano se nota mucho movimiento». Según su perspectiva, el aumento de usuarios no tiene nada que ver con el hecho de que en tiempos de crisis los libros se conviertan en artículo de lujo. «A pesar de que muchos clientes se llevan novelas prestadas de cara al verano, no se percibe el tema económico», insiste. Virginia de Antonio, trabajadora de la biblioteca de Errotxapea, es de la misma opinión. «Hay mucho préstamo, pero la gente no comenta nada sobre el tema de la crisis», señala la bibliotecaria, que reconoce que «al final, los libros valen dinero, y es lógico que la gente pueda recurrir a los centros públicos».
Sorprendida por la pregunta, De Antonio consulta a su compañera de mostrador. «Ella tampoco cree que se note la crisis, ésta es una biblioteca de mucho préstamo, pero no tiene que ver con las dificultades económicas, aunque el verano sí que es un momento de más demanda». En el mismo sentido, una trabajadora de una biblioteca de Iruñerria, que pide no ser identificada alegando un mandato administrativo de no realizar declaraciones a la prensa sin permiso de su superior, asegura que «no tengo la sensación de que la crisis afecte al préstamo de libros. En general, el uso de este servicio es muy alto siempre, así que no tengo esta percepción».
Temporada alta
Los bibliotecarios están de acuerdo en que el verano es la temporada alta de los libros. Por el contrario, no se ponen de acuerdo sobre el efecto de la crisis económica en la afluencia de lectores a sus establecimientos. Entre las filas de los vendedores de libros, la percepción es más clara. «Hay de todo, pero sí que creo que el préstamo funciona más», considera Patxo Abarzuza, de la librería Elkar de Iruñea. A juicio del librero, el problema de la novela (género estival por excelencia) no tiene que ver con la coyuntura de la larga cola del INEM, sino con la crisis eterna que azota al libro casi desde que Gutemberg inventó la imprenta. En honor a la verdad, también habrá que reconocer que, al tiempo que Abarzuza habla, varias personas esperan ser atendidas en el mostrador, una situación completamente opuesta a la de la biblioteca de San Francisco. Y eso que apenas cuatro calles separan a ambos establecimientos. Como señala Abarzuza, «al 50% de la gente no le gusta leer». Así que las cuentas hay que empezarlas partiendo desde la mitad.
«La gente joven sí que va más a las bibliotecas», considera el librero, que llama la atención sobre las desventajas del libro de ida y vuelta. «Normalmente, las bibliotecas suelen tener dos copias de las principales novedades, por lo que hay que esperar mucho si tienes pensado un libro concreto». Y en eso tiene razón. Acercarse al archivo pensando que el «Indignaos» de Stèphan Hessel va a estar esperándonos en la estantería después de la campaña mediática de los acampados que aplauden con las palmas al aire y sin hacer ruido es confiar demasiado en la poca curiosidad del personal. Habitualmente, para hacerse con un bestseller hay que confiar en la conjunción de estrellas que supone encontrarte con la persona que viene a devolverlo en el momento exacto en el que preguntabas por el título en el mostrador.
«Tenemos muchas reservas de las novedades», indica Silvia, trabajadora de la Biblioteca de San Francisco. «Antes, que se llegase a formar lista de espera para leer una de las obras solo ocurría con libros muy determinados, como «La vida entre costuras» (bestseller escrito por María Dueñas y publicado en 2009), pero ahora se repite constantemente», indica la bibliotecaria, que asegura que los clientes, cada vez más, apuntan sus sugerencias para que la Biblioteca amplíe su fondo literario. Obviamente, tal y como llama la atención Patxo Abarzuza, la escasez de títulos en un catálogo limitado puede ser una desventaja competitiva para las bibliotecas. Aunque también depende de la panciencia.
Mejor, de bolsillo
Teniendo en cuenta que el libro no es un producto masivo y que la gente, por muy amante de Shakespeare que sea, prefiere ahorrar en letras que en bienes básicos como el estómago, los libreros recuerdan que entre el blanco del préstamo y el negro de los 25 eurazos que puede costar lo último de Ken Follet, existe el gris de los libros de bolsillo, cada vez más demandados. «Por una parte, es más cómodo y cada vez se solicita más, aunque el problema no es la comodidad, sino el dinero», reconoce Abarzuza. No obstante, también es cuestión de tamaño. No es lo mismo subir al monte con un pequeño ejemplar de cualquier novela ligera que cargar durante varias horas con el peso de los dos tomos de «El hombre sin atributos» de Robert Musil.
Nuevos modelos de lectura
Los nuevos modelos de lectura son la variable que falta en esta ecuación sobre libros, crisis y verano. Cada vez más, las tabletas como el Ipad o los ebook comienzan a hacerse un hueco entre los lectores vascos. Aunque, teniendo en cuenta que la playa o la piscina es el lugar natural de lectura veraniega, existen dudas sobre la practicidad de embadurnar de arena un aparato que puede llevarse medio presupuesto mensual. «Es más peligroso, son caros y se pueden estropear», considera Abarzuza.
Este detalle es importante teniendo en cuenta cuál es el estado en el que llegan muchos de los libros de préstamo cuando regresan a los estantes después de un mes de vacaciones. «Algunos tomos se traen la playa consigo», ironiza Rebeca Erro. En esta cuestión sí que existe unanimidad entre todos los bibliotecarios: los libros que salen de paseo con el sol necesitan pasar por la ITV. «Te llegan muchos arrugados, llenos de arena... Al final tenemos que cambiar muchos de los forros de plástico», confirma Silvia, de la biblioteca de San Francisco.
Aunque no todos los usuarios están de acuerdo con la reprimenda bibliotecaria. Algunos, como Idoia, joven estudiante que sale de la Biblioteca de San Francisco con un ejemplar del «Cuaderno de Maya», de Isabel Allende, asegura que el problema de las bibliotecas es que «tienes que cuidar mucho más los libros, no los puedes devolver llenos de arena». A esta joven le gustaría poder adquirir los ejemplares, pero sin dinero no hay libro, así que recurre al préstamo. Por el contrario, Eduardo, de 45 años, asegura que sólo compra cuando veranea. «Habitualmente siempre vengo a bibliotecas», indica en la puerta del Civivox de Donibane. Sin embargo, «en vacaciones prefiero comprarme una edición de bolsillo en el lugar donde vaya a veranear. Es más barato y más cómodo», asegura.
Teniendo en cuenta que seis de cada diez vascos aseguran en las encuestas que leen habitualmente, el libro volverá a ser este año un compañero inseparable. Y como la reducción presupuestaria personal no suele afectar al cubata de las fiestas de los pueblos, las bibliotecas serán la opción de quienes no renuncian a que Umberto Eco o J.R. Tolkien les acompañen en la modorra estival. Porque, como señalaba Idoia, «tampoco es cuestión de llevarse a la playa poesía simbolista francesa del siglo XIX».
«En verano accede más gente a la lectura y su criterio es pasarlo bien». Patxo Abarzuza apunta la clave de la literatura veraniega: textos entretenidos, de esos que uno puede recuperar el hilo entre cabezada y cabezada. Tanto libreros como bibliotecarios coinciden en señalar que la novela es el género estrella, aunque también hay otros estilos que van abriéndose hueco. «Los clientes piden novelas de acción o policíacas, también novela rosa, aunque cada vez se demanda más otras formas de literatura más intimista o de aprendizaje», explica. En la Biblioteca de San Francisco, por ejemplo, las obras más demandadas son el «Indignaos» de Hessel (curiosamente, el único de no ficción que aparece en este top ten y colocado en un puesto de incertidumbre a la espera de la respuesta ciudadana a la segunda parte, el «Comprometeos»), «Bolígrafo de gel verde (Espasa-Calpe, 2010)», de Eloy Moreno o «Purga (Salamandra, 2011)», de Sofi Oksanen. En realidad, las opciones son ilimitadas. Desde «Txakur ingelesak (Susa, 2011)», de Lutxo Egia hasta el «Pornoterrorismo (Txalaparta, 2011)», de Diana J. Torres, pasando por «No abras los ojos (Roca, 2011)», de John Verdon, cada uno sabe cuáles son las letras que mejor acompañan al momentico playero.