Los rebeldes de las montañas libias se preparan para su Rubicón
Con una situación de estancamiento en los frentes de Brega y Misrata, las montañas del oeste de Libia se erigen como el frente más activo y cercano a Trípoli.
Karlos ZURUTUZA
No hay comida ni gasolina en Trípoli; la gente está aterrorizada, está todo fuera de control». Wahid lo sabe de primera mano porque abandonó ayer mismo la capital de Libia. En menos de 24 horas atravesó la frontera norte con Túnez y ahora espera pacientemente a volver a entrar por la del sur, hoy bajo control rebelde.
«Voy a las montañas porque es el único frente al que podemos acceder desde Trípoli», explica este joven de 23 años. Según dice, cada vez son más los tripolitanos que hacen este trayecto para unirse a los rebeldes libios en las montañas.
La cordillera de Nafusa se extiende a lo largo de 200 kilómetros hacia el este desde la frontera de Túnez. Con los frentes de Brega y Misrata en estado de estancamiento - ayer se informó de la muerte de 11 personas en bombardeos del Ejército en este último enclave-, el de Nafusa es hoy el que más rápido avanza, a la vez que el que más se acerca a la capital libia.
«Comida, combustible... ¡hasta el agua que bebemos pasa por aquí! Si perdemos el control de la frontera estamos todos muertos». Muhamed lleva custodiando el paso sur entre Túnez y Libia desde que los rebeldes echaran al ejército el pasado 21 de abril. Y no exagera porque esta exigua franja de tierra es el «cordon umbilical» que mantiene vivos a los montañeses del oeste de Libia. Eran unos 150.000 antes de la guerra pero hoy prácticamente sólo quedan los hombres en edad de combatir. Sus familias se hacinan en los campos de refugiados en Túnez y, sobre todo, en las casas de miles de tunecinos que les han acogido.
Un pueblo fantasma
A tan solo tres kilómetros de la frontera, los combates entre Gobierno y oposición por el control de la misma han convertido a Wazzin en un pueblo fantasma. Hay que conducir algo más de 50 kilómetros hacia el este, hasta Nalut, para encontrar señales de vida en esta mole de piedra elevada sobre el desierto.
Cuando Nalut no es bombardeado, sólo las pick-up de los rebeldes rompen el espectral silencio en sus calles vacías. En este pueblo bereber no hay ni agua ni casi comida; tampoco hay electricidad ni funciona el teléfono. Pero hay una conexión a Internet: un potente generador eléctrico y una antena parabólica facilitan las comunicaciones vía satélite, gracias a la cual los rebeldes saben lo que ocurre en el mundo y, sobre todo, en el resto de Libia. Y no sólo eso: «Me he pasado el día descargándome manuales de armamento pero no consigo dar con las instrucciones de un mortero del calibre 81», se lamenta Loari junto a un portátil abierto sobre una mesa en la que han desplegado los restos de los proyectiles caídos esta última semana. Loari se habría licenciado estos días en arquitectura por la Universidad de el Cairo de no ser por la guerra. «Estaba en Egipto cuando cayó Mubarak. Al poco empezó todo en Bengasi (Libia), así que volví a casa lo antes que pude», explica este rebelde de 23 años, añadiendo que «hay cosas que sólo ocurren una vez en la vida».
Mirando al cielo
Dicen que árabes y bereberes han vivido juntos durante siglos en la cordillera de Nafusa. En cualquier caso, lo han hecho de espaldas el uno al otro porque apenas se dan matrimonios mixtos, y únicamente en la pequeña localidad de Rayaina coinciden ambas comunidades.
Siguiendo la carretera siempre hacia el este, el de Rehibat sería «otro pueblo bereber más» de no ser por la pista de aterrizaje pintada sobre en la carretera a su entrada el pasado abril. El acceso a suministros de todo tipo se ha convertido en la prioridad principal de los rebeldes aquí. Sea como fuere, ni la improvisada infraestructura ni los supuestos «envíos aéreos» reconocidos por el Ejército francés la semana pasada parecen satisfacer la demanda local de suministros. El coronel rebelde Mohtar Milad Farnana lo corrobora:
«En Rehibat ha habido un solo aterrizaje de prueba, y de un avión sin carga. Respecto a los envíos lanzados desde el aire por los franceses, ya me dirá usted dónde están porque nosotros no sabemos nada», señalaba contundente a GARA el comandante en jefe del frente occidental desde su despacho en Zintan. Farnana asegura que su mando trasciende las alturas de Nafusa hasta Trípoli y otras localidades costeras. Así las cosas, se podría decir que estamos frente al principal mando militar de la región que los romanos bautizaron «Tripolitana» hace más de 2.000 años.
Por el momento, este antiguo coronel del Ejército de tierra libio pasa la mayor parte de su tiempo en Zintan, una localidad árabe a unos doscientos kilómetros al este de la frontera que presume de ser la primera de Libia en levantarse contra Gadafi hace ya varios meses.
Zintan fue severamente bombardeada por las tropas de Trípoli durante semanas, pero lo cierto es que los soldados nunca llegaron a poner el pie en ella. Hoy se dejan ver las primeras familias refugiadas hasta ayer en el desierto del sur de Túnez, y se vuelve a recordar el sabor de la carne gracias a las ovejas que se venden desde las pick-up aparcadas entre la mezquita y la plaza principal. Allí, niños voluntarios recogen basura y escombros y pintan afanosos las ennegrecidas paredes de blanco para el próximo 7 de julio. Será entonces cuando un enorme mapa de Libia, desplegado sobre piedras pintadas con los colores de la bandera tricolor, hará las veces de rotonda en esta plaza de límites difusos.
Descenso peligroso
Han sido los avances rebeldes en el este de la cordillera los que han posibilitado que Zintan quede hoy fuera del alcance de los cohetes GRAD de Gadafi. La aldea bereber de Yefren es, precisamente, una de esas zonas recientemente «liberadas» en el extremo oriental aunque, por el momento, habrá que esperar a que los niños correteen despreocupados por sus calles rotas.
Los pocos que quedan pasan el día en una improvisada escuela donde, a través de juegos y canciones, un grupo de voluntarias les instruye en su lengua materna bereber, que aquí llaman «tamazigh». Durante los 42 años de gobierno de Gadafi, dicha iniciativa les habría costado la detención por «sedición y separatismo», la tortura, o incluso la muerte.
«Enseñar a los pequeños su lengua es importante pero nuestra prioridad más inmediata es la ayuda psicológica después de cinco meses de guerra», explicaba a GARA Sara Harem, presidenta de Al Tanit. Se trata de una asociación con nombre de diosa bereber creada para la defensa de la lengua y la cultura locales.
La visión general del frente de las montañas es la de que los rebeldes dominan las alturas y las tropas del Gobierno el llano. Pero dicha ecuación podría estar cambiando. La bandera tricolor y los símbolos bereberes también dominan Qalaa, una aldea cuyas casas se distribuyen ladera abajo en dirección al desierto. Si bien los GRAD siguen cayendo a diario en esta aldea que se atreve a tocar las puertas del desierto, los soldados de Gadafi ya no patrullan por sus empinadas callejuelas.
Al cierre de esta crónica, las tropas rebeldes combaten en Bir al Ghanam, ya con las montañas a sus espaldas, y a apenas 80 kilómetros de rectilínea carretera hasta Trípoli. Probablemente, el desierto libio se convertirá en el Rubicón de este ejército que, hasta hoy, acostumbraba a otear el horizonte desde las alturas.