PERFIL | CHRISTINE LAGARDE
Burguesa, parisina, altiva y ...born to be the number one
El sabor de su paso por la política americana debió de ser tan intenso que Christine Lagarde no dudó en darle un sí a Dominique de Villepin, cuando éste le llamó en junio de 2005 para hacerse cargo cargo de la cartera de Comercio Exterior.
Iñaki LEKUONA
Hay personas marcadas por un número y Christine Lagarde es una de ellas. Nacida un primero de año, hija primogénita y única niña entre cuatro hermanos, no ha dejado nunca de buscar ese guarismo tan individualista, ese number one tan adoctrinado por la fe neoliberal.
Christine Lallouette creció no muy alejada de esta doctrina en uno de los distritos parisinos más selectos de los sesenta, el que acoge el edificio de la Ópera y las Galerías Lafayette, y que hoy día cobija las sedes sociales de Danone, del banco BNP Paribas y de la multinacional nuclear Areva. La situación acomodada de su familia, católica y de tendencias de izquierda, le permitió estudiar en buenos colegios. A pesar de que la muerte de su padre le sorprendió con 17 años, se decidió a cruzar el Atlántico para completar su bachillerato en EEUU. Tan bien le fue, que acabó en el Capitolio como becaria del republicano William S. Cohen, futuro secretario de Defensa de Bill Clinton.
La experiencia americana le marcó tanto que a su llegada al hexágono completó los estudios de Ciencias Políticas, a lo que añadió un máster en Derecho Mercantil y otro en inglés, lengua que ha abrazado como propia llegando al esnobismo de practicarla con sus subordinados del Gobierno. Fue en esa etapa cuando se decidió a invertir en un proyecto personal neoliberal toda la herencia católica y de izquierdas que le había legado su familia. Y todo en pos de un número, el primero, el que marca la diferencia con el resto.
Los beneficios de su inversión ideológica no tardaron en llegar. A la vez que impartía clases de Derecho en la Universidad de París X, se dedicó a la abogacía ya como Christine Lagarde. Se hizo un hueco en el poderoso gabinete Baker & McKenzie, donde pronto comenzó a escalar puestos, hasta que finalmente ascendió al number one como presidenta de la firma de Chicago, consagrándose como la primera mujer en lograrlo. En 2002, «The Wall Street Journal» la situaba como una de las empresarias más importantes de Europa. No era suficiente.
El sabor de su paso por la política americana debió de ser tan intenso que no dudó en darle un sí a Dominique de Villepin cuando éste le llamó en junio de 2005 para hacerse cargo de la cartera de Comercio exterior. Apenas 48 horas después de acceder al puesto, ya le hacía la cama al ministro de Economía abogando por una reforma laboral que flexibilizara el despido como fórmula para incentivar la creación de empleo.
Dos años después, esta medallista de natación sincronizada supo bucear en la marejada de la UMP para sacar la cabeza, y muy alta, como brazo fuerte del Gobierno Fillon dirigiendo la cartera de Economía: una vez más, se trataba de la primera mujer en conseguirlo. Pero tampoco era suficiente.
Su ambición se situaba más arriba. Y ello a pesar de sus torpezas dialécticas, como aconsejar a la población que cogiera la bici como alternativa al incesante incremento del precio del petróleo. O como el hecho de negar que la crisis fuera tan profunda como se ha demostrado. Por ese optimismo que otros llamarían más acertadamente cinismo, se ha ganado la frase «todo va bien, señora Marquesa». No en vano ese apego a la realeza neoliberal le valió ser designada en noviembre de 2009 por el británico «Financial Times» como la Ministra de economía del año, «una estrella entre los responsables políticos de las finanzas mundiales».
Sin embargo, su luz, amplificada artificialmente por esos mismos medios de comunicación, se ha visto ensombrecida por asuntos turbios como el «affaire Tapie», un caso en el que el arbitraje de la ministra en un litigio empresarial se finiquitó con 220 millones de euros del Estado en los bolsillos del peculiar Bernard Tapie.
Se desconoce aún si la flamante directora del FMI será o no encausada por «abuso de autoridad». Pero, mientras tanto, saborea su último éxito, haberse convertido en la number one de las finanzas mundiales, la primera mujer en alcanzarlo.
Aunque si algo ha demostrado su defenestrado predecesor es que del uno al cero no hay tan sólo un mal paso, también y sobre todo, una caída.