Al alcalde de Iruñea alguien le debería decir que los micrófonos sirven para amplificar la voz, por lo que no es necesario gritar como si se estuviera en las Bardenas pastoreando, para darle fuego a la mecha. Es la emoción y las ganas, se entiende, pero es que daba unos gritos que asustaban. Bueno hemos entrado en esos días donde los tópicos televisivos se acumulan con los tópicos festivos, en los que los rituales se desmerecen porque se van convirtiendo en costumbres mediáticas, en forma de participación ajenas a la tradición y fruto de una desmesura sobreinformativa.

Lo de lanzarse desde lo alto de la fuente de Navarrería es algo que crece por el simple hecho de que crece la atención informativa. Si cada día hay cuarenta cámaras haciendo un reportaje sobre los jóvenes (se insiste de manera exagerada en que son extranjeros como si eso añadiera algo al asunto) que se lanzan desde lo alto a los brazos de sus supuestos receptores, se están ofreciendo demasiados minutos de gloria televisiva a unos centenares de jóvenes que están en un estado de euforia y excitación que les impide racionalizar la burrada que van a hacer. Este asunto del salto no se inventó ayer, precisamente, lleva décadas celebrándose este extraño ejercicio de riesgo y su incremento se retroalimenta por la importancia informativa que recibe. Y si hay heridos, más todavía, porque sale más. Y si vamos con la cámara y no salta nadie, pues, montamos el salto, lo provocamos. ¿O no?

La solución no es el oscuro informativo, claro está, pero si conviene recordar cómo este invento de la televisión condiciona de manera clara y evidente acontecimientos de raigambre popular, que los objetivos y las cámaras han influido de una manera significativa y me estoy refiriendo a los encierros, que condicionó la manera de correr para hacerlo en lugares con cámaras y en situaciones remarcables para las tomas y además produjo la masificación de los mismos. Ni es bueno, ni es malo, es simplemente una manera de explicar algunos rituales seriados que solamente parecen sorprender a los japoneses, porque nosotros parece que lo asumimos como asumimos beber zurracapote caliente.