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Xabier Silveira Bertsolari

A las nueve en...

Arrats está que no caga. Se muere por continuar contándonos cómo fueron aquellos años de sexo, farras y «kale borroka». Y me temo que muy pronto tendremos la oportunidad de disfrutar de sus historias

Hay gente que necesita cagarla para sentirse viva. Y allí iba yo, directo a la mierda. Sentado en la terraza del bar Xaia, en Pausu, la muga tan cercana, las ganas de no se qué que me ganan y el riesgo tan excitante o mas, si cabe, cuando te habla en francés, habían levantado mi culo de la silla de pvc con propaganda de Ricard y ahora guiaban mis pasos España a dentro. Para cuando quise darme cuenta estaba ya en la terraza del Faisán fumándome un cigarro. Behobia no es lugar para juegos. Behobia no es solo una rotonda tras otra. Behobia es la ostia. Es otro mundo. Ni es España ni es Francia ni mucho menos es Euskal Herria.

Behobia esta por encima de todo eso. Y por debajo. En los subsuelos de la legalidad impuesta a ambos lados van y vienen, vienen y van, a diario, todos los días del año y durante las veinticuatro horas del día, todo tipo de roedores amigos de lo oscuro y de lo maloliente. Aunque, ya puesto, mejor lo digo todo; peor que los perfumes que gastan las señoras provenientes de toda la geografía francesa con el único fin de llenar el maletero de cigarros baratos y alcohol de más de cuarenta grados, nada puede oler. ¿El tabaco? ¿El Ricard? No, no. El Tabaco y el Ricard tienen tan mal olor debido a que al tener que viajar compartiendo coche con las perfumadas madammes de retorno a su ciudad de origen en algún lugar de la Galia sarkozyana y teniendo en cuenta que esta puede hallarse tranquilamente a quinientos kilómetros de distancia, el tabaco y el Ricard, digo, han desarrollado por instinto de supervivencia ese tufillo que les permite hacer frente al perfumor viejuno, insoportable pestilencia resultante de la letal combinación de colonia barata y catarata de perdidas de orina. Behobia huele mal, es verdad ¿Y qué pasa? Palabras textuales del aita de Pelos, natural de la Republica independiente de Behobia, siempre según su bocaza. De casta le venia al hijo.

Apagué la colilla pisándola con odio, con rencor, la mala ostia tarda más en irse que el buen humor. Por aquel entonces en la parte bajo yugo hispano de Euskal Herria se podía fumar en el interior de los bares pero preferí terminarme el cigarro mientras miraba al punto exacto donde descendí, hacía ya un par de semanas, del coche que conducía Mónica y perseguia la benemérita sin derrochar ni en efectivos ni en escándalo publico como si mi vida fuera una puuuuta película. ¡Menuda liada la que me habían preparado!

Entré al bar a pedir una caña, una caña fresquita, el verano se alargaba por su cuenta y riesgo pero nadie protestaba por ello. Era ya noviembre, uno de noviembre si he de ser exacto, festividad de todos los santos para mas detalle, y el solete campaba aun a sus anchas sobre el litoral cantábrico».

Y hasta aquí puedo leer. Arrats está que no caga. Se muere por continuar contándonos como fueron aquellos años de sexo, farras y kale borroka. Y me temo que muy pronto tendremos la oportunidad de disfrutar de sus historias y las de sus coleguitas. Me han dicho que lo va a titular A las nueve en el... bueno, ya os enteraréis.

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