¿Hemos, los periodistas, fallado colectivamente? En el momento en el que el affaire DSK, este acontecimiento mediático mundial, conoce el giro más sorprendente de todos los sucedidos desde hace seis semanas, la pregunta es legítima. Pero todos responden de inme- diato: no. Nada de patinazo, ninguna tentación de prensa rosa. Sin duda en ciertos momentos un poco de delirio interpretativo y una voluntad de sobreexplotar el acontecimiento con fines políticos o comerciales, pero al fin y al cabo, un tratamiento a imagen y semejanza del medio que lo ponía en obra. Un hecho notable: los debates deontológicos que han podido dividir las redacciones se hicieron a cielo abierto, notablemente en «Libération» que desde el principio del affaire a compartido con sus lectores las dudas e interrogantes que animaban su redacción.

Otro elemento: el descubrimiento brutal de un verdadero continente, el de las relaciones entre sexo y poder, tenido durante demasiado tiempo al margen del trabajo periodístico, y que nunca más podrá encontrar su status de terra incognita. En la materia, el deber de investigar es a partir de ahora una conquista, y la responsabilidad de publicar deberá ser pensada caso por caso.

Resta una cuestión, por otra parte delicada e impalpable: el punto de vista. Pasada la consideración, y mismamente si el condicional fue siempre utilizado para hablar de esta presunta agresión sexual, la idea de que fuese finalmente posible, incluso plausible, a dado color al fondo del trabajo periodístico. Hoy, los nuevos hechos que conocemos nos obligan a mirar las cosas desde otra perspectiva, y se debe admitir que el paisaje actual ha evolucionado sensiblemente y no tiene el mismo color. ¿Cómo luchar contra estos sesgos sin formular, casi inconscientes, atmosféricos, ali- mentados por el hecho de que ningún medio de comunicación tendrá nunca los poderes de investigar de la justicia o la policía, y depende, pues, de las fuentes y los ritmos de investigación que no son los propios? Planteando la pregunta.