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Antonio Alvarez-Solís Periodista

El hombre de las mil caras

La película se rodó en 1957 y narraba la vida del actor del cine mudo Lon Chaney, asombrosamente capaz de encarnar el gesto de mil personajes distintos. El año pasado esta hermosa cinta superó el medio siglo de su estreno. Yo tenía treinta cuando la vi. El juez Garzón había nacido poco antes en un pueblo de Jaén. No sé si de pequeño martirizaría pájaros o cortaría las alas a las moscas, tan propio de los chicos cuando descubren el sufrimiento. Lo que si sé es que su alma tiene las mil caras de Chaney. Ahora los ministros de la UE le han hecho miembro del Comité para la Prevención de la Tortura. La noticia ha pasado inadvertida en España porque es hora de sanfermines y la gente anda entre el toro y el vino. Es el último visaje con que ha aparecido este personaje de las mil caras a cuyo nombramiento se oponía, por razones obvias, la Subcomisión de DDHH de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. ¿Qué puede sentir un español honrado que, testigo de la historia contemporánea de su áspero país, ama los principios de la Ilustración, los respetuosos valores del Derecho? ¿Indignación? Quizá. ¿Asombro? Posiblemente. Pero sobre todo una inmensa desolación. Uno recuerda al juez que negó la investigación de torturas, al que abandonó en la degradación humana a muchos de sus detenidos, a quien redujo la memoria histórica a un juego de conveniencia, al que se empeñó en causas imposibles para la obtención de una gloria de papel. En fin, a quien convirtió la justicia en un yunque para forjar su vanidad y un poder imposible por escandaloso. Sí, este español siente desolación.

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