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Mikel SOTO

Con M, mejor

Soy de la opinión de que cada fiesta, como cada persona, tiene su droga. La de los sanfermines, sin duda, es el alcohol. Sin embargo, y aunque no nos convenga, nos gusta mezclarlo con otras. Y de la misma manera que a mí me costó darme cuenta de que mi droga no eran los porros, creo que a los sanfermines y a los sanfermineros les cuesta darse cuenta de qué mezclas les convienen y cuáles no. La gente es capaz de estar bebiendo alcohol –un depresivo–, esnifando speed –un excitante–, y fumando marihuana –una sustancia psicoactiva– al mismo tiempo.

De todas ellas, creo que la única que controlamos un poco –a duras penas, todo sea dicho–, es nuestra droga cultural: el alcohol. De todas las que yo he probado, creo que la mejor es el MDMA o como suele llamársele, el M. Su sabor es horripilante (¿en la época de las patatas fritas que saben a vinagre de Módena con cebolla hay que tragarse eso? ¿en serio, camellos de mierda?), pero la sensación que provoca no puede ser más placentera. Notas que se te electrifica la piel y sólo puedes sentir una profunda sensación de amor por todo y todos los que te rodean.

Aunque Otegi dijo en el juicio de Bateragune que sin la M estamos mejor, en Iruñea –aparte del M– la M ha corrido a raudales. Pese a intentarlo con graaaan intensidad, el rodillo del Ayuntamiento no ha conseguido tapar las numerosas pintadas, las extendidas fotos de las presas y los presos, y los muchísimos –muchísimos– anagramas de ETA que han aparecido por todas las calles de Alde Zaharra. Un amigo me comentaba que estuvo con un periodista madrileño que llegó al grito de «¡Esto es un parque temático! Es el Eurodisney de la izquierda abertzale». Al parecer,  el encrespado plumilla se volvió a la capital del reino español con el kit completo, orejas de Mickey y lacito de Minnie incluidos. En su favor, podemos decir que no hacía la típica actuación de los catalanes de «¿Cuánto vale la samarreta? Ah. ¿Y la banderola? Ah. ¿Y los pins? Vale, dame una adhesiu».

Creo fírmemente que los sanfermines nunca han vuelto a ser los mismos desde que no están las txoznas, pero desde el txupinazo no he podido sino hacer caso a Arnaldo: no he dejado de sonreir ni de sentir orgullo y amor. Y, en este caso, no era por el M, sino por la M. De Maite zaituztegu.

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