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Fede de los Ríos

Ideas peregrinas

Como relata Aymeric Picaud, clérigo peregrino autor del Códice, los navarros « son un pueblo bárbaro, diferente a todos los demás... Por una miserable moneda un navarro o un vasco liquida, como pueda, a un francés»

Todos los días del año, camino del trabajo, los veo cruzando, a falta de uno, por dos pasos de esos que denominan «de cebra» con luz ámbar intermitente a favor del peatón. A pie, mochila a cuestas adornada con concha y ayudados de bastón. Son los peregrinos a Santiago de Compostela que cruzan el txantreano puente de la Magdalena. A veces, no siempre, imagino soltar el pie izquierdo del embrague al tiempo que acelero a fondo con el derecho y así quitarles de sufrir (hay que ver la cara de disfrute que llevan). Ganando así el cielo que, digo yo, será más que un jubileo.

Siempre me preguntaba el porqué de ese instinto que aflora en mi persona. Quizá por lo intempestivo de la hora o porque retrasan mi llegada al trabajo, esa función divertida y creativa, esencia propia del ser humano. Así el malogrado Pepe Rubianes describía la causa de las prisas por llegar al trabajo. Cada mañana corriendo como alma que lleva el diablo para realizarnos como personas y nos molesta cualquier contratiempo que retrase nuestro disfrute.

Ahora que han sustraído de la catedral de Santiago de Compostela, el «Codex Calixtinus», la primera guía para peregrinos (siglo XII), algo así como la Trotamundos o la Pilot actuales; ahora, he leído lo que dice y empiezo a explicarme esa inquina mía hacia el peregrinaje. Es genético, se debe a ser navarro. Pues como relata Aymeric Picaud, clérigo peregrino autor del Códice, los navarros «son un pueblo bárbaro, diferente de todos los demás en sus costumbres y naturaleza, colmado de maldades, de color negro, de aspecto innoble, malvados, perversos, pérfidos, desleales, lujuriosos, borrachos, agresivos, feroces y salvajes, desalmados y réprobos, impíos y rudos, crueles y pendencieros, desprovistos de cualquier virtud y enseñados a todos los vicios e iniquidades, parejos en maldad a los Getas y a los sarracenos y enemigos frontales de nuestra nación gala. Por una miserable moneda, un navarro o un vasco liquida, como pueda, a un francés...»

A eso es debido el hormigueo en mi pierna derecha y la crispación de mis manos en torno al volante ante la visión de zombis ataviados de coronel Tapiocca. Soy navarro: un cabrón con pintas, y la procesión de jubilados projubileo eleva mi nabarridad ad infinitum. Llego a soñar con ametralladoras de trípode en Roncesvalles. Si allí, en el desfiladero, ganamos al tal Roldán y al ejército de Carlomagno ¿no vamos a poder, o qué, con una procesión intermitente de alucinaos a pie y trastornados en bicicleta?

Con respecto a lo que el amigo Picaud cuenta con relación al sexo, hemos venido a menos. Ya no nos enseñamos hombres y mujeres las partes en torno al fuego y, sólo de tanto en tanto, «fornicamos incestuosamente al ganado» y no a todo. Las yeguas se han vuelto promiscuas, no aceptan la protección en las ancas contra otros intrusos. Por mor del movimiento feminista y del de liberación animal, a las mujeres y a las mulas, únicamente pueden darles «lujuriosos besos en la vulva» a quienes ellas lo requieran.

¿Qué le habría acontecido al clérigo francés por estos lares? ¿lo forzaron? ¿no le hicieron caso?

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