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Raimundo Fitero

Conmiseración

Esta palabra es muy rara. Conmiseración. Es sinónimo de lástima, piedad, clemencia, compasión. Pues eso, hay tardes que uno debe tirar de todo su caudal de conmiseración para soportarse frente al electrodoméstico esencial. ¿Conmiseración con uno mismo o con lo que ve? A ratos. Cuando los programas de desorden emocional tienen una presa, no la sueltan, en un acto de ausencia total de conmiseración. Pero hay situaciones en las que uno se encuentra a disgusto de manera ordinaria: las imágenes de Ortega Cano saliendo del hospital me despiertan emociones encontradas. Ese hombre en silla de ruedas del que nos dicen es el torero, parece un anciano, con su pelo gris, ya que no ha tenido tiempo de ir al tinte. Sabemos, según nos han informado, que es un presunto homicida por imprudencia temeraria y conducción bajo los efectos del alcohol, pero eso lo deberá determinar un juzgado, de momento es un juguete destrozado, un pelele al que se le hace el vudú televisivo. Le vitorean a la salida del hospital, ¿por qué razón?

Se ha acuñado una expresión muy recurrente: pena de telediario. Lo emplean los periodistas banderizos especialmente con los políticos a los que se les abren diligencias en los juzgados. Cuando a sus señorías les llega el ruido de las togas, sacan todos sus recursos los aparatos de intoxicación de los partidos para echar toneladas de tinta sucia y de confusión acelerada. A la condena del telediario se opone la absolución de tertulia. Una recua de sectarios que hablan como coristas de un teatrillo de marionetas con hilos. Son de descalificación fácil, condenan y ejecutan sus condenas con una rapidez de matones del oeste, una suerte de sicarios de los medios capaces de mentir con expresión académica, de inventar todo un argumentario para eliminar al adversario, sin asomo de una noción cristiana de conmiseración. Son la auténtica basura televisiva. Hoy tienen su día de exaltación, de poner cara al sol, con traje regalado o con juerga en sauna. Con anónimos tomados como revelaciones bíblicas, considerados como la verdad absoluta, como para volver a revisar el nombramiento de la capitalidad europea de Donostia.

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