Según algunos autores posmodernos, vivimos un «tiempo líquido», en el que todo fluye y nada perdura. El escándalo de las escuchas y los sobornos promovidos por el holding mediático de Rupert Murdoch demuestra que esa imagen no es del todo excéntrica: por las cañerías del sistema político occidental fluye mucho excremento y ni los imperios más robustos alzados sobre ese lodazal tienen asegurada la pervivencia.

En el ámbito periodístico la palabra filtrar tiene dos acepciones. La primera se refiere a «seleccionar datos o aspectos para configurar una información», la segunda a «divulgar `indebidamente' información secreta o confidencial». Lo que ha hecho «The Guardian» tiene mucho que ver con lo primero, porque por mucho que sus periodistas hayan publicado información «confidencial», lo han hecho «debidamente». Es decir, debían hacerlo, su oficio se lo exigía. Por el contrario, lo que han hecho durante toda su existencia los medios asociados a Murdoch, desde «News of the World» hasta Fox, va mucho más allá de lo segundo. En realidad, tiene mucho que ver con el significado original de la palabra filtrar, recogido en el título de este artículo. Muchos medios de comunicación se han convertido en una especie de diálisis del sistema, dedicados a retirar del aceite que hace que el capitalismo funcione los elementos que podrían hacer que éste se oxide. Ese filtro, por el que a diario los medios depuran lo que ocurre y sus causas, es el de sus intereses. Y los dueños de esos medios comparten intereses con el stablishment, son parte intrínseca de él -van a sus bodas, apadrinan sus campañas... y ni siquiera dudan en grabar sus conversaciones privadas, por si acaso-.

Lo que ha salido ahora a la luz es lo que fluye entre los poderosos y los medios destinados a conservar ese poder, en Londres y en Donostia. Está en manos del lector -y del elector- seguir tomando ese brebaje o cambiar de filtro.