El euro ha caído desde lo más alto. ¿Quién se acuerda hoy de los fanáticos de la moneda única? Divisa milagrosa con intención de servir como un baluarte frente a la crisis. Que debía asociar economías tan dispares como las de las Cícladas o la Renania. Lo demás es historia. Lo impensable, la quiebra de una o varias grandes economías europeas es hoy posible. Roubini, uno de los raros economistas que anunció la crisis, prevee un estallido de la eurozona. En Francia, la extrema izquierda y la extrema derecha demandan la salida del euro. Cada cual cree conocer el culpable: las cigarras del Club Med que han hecho trampa y han dilapidado todo. Las agencias de calificación y la prensa financiera anglosajona que desean la piel del euro. Alemania y sus aliados en déficit de solidaridad europea. Los mercados ciegos y locos. Come si la Unión europea buscara chivos expiatorios antes de preguntarse sobre sus propios disfuncionamientos. ¿La solución a este fiasco? Más Europa, más federalismo, más políticas económicas, fiscales y sociales comunes. Tal vez, este proyecto inmenso, visto el estado de las opiniones y el coraje de los dirigentes europeos no sea incandescente. Y no puede serlo sin la adhesión de los ciudadanos de Europa. Para los pueblos, como lo muestran nuestras investigaciones, la Unión es hoy por hoy sinónimo de rigor y austeridad, no de progreso y protección.