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La intolerancia y el odio son los mismos

Noruega sigue conmovida por la masacre que el viernes acabó con la vida de casi un centenar de personas y tratando de desentrañar qué ha llevado al presunto autor a cometer tal barbaridad. En ese ejercicio, todas las señales apuntan a su ideología extremista y contraria a cualquier expresión de multiculturalidad y, aunque en lo ocurrido seguramente el ámbito ideológico y el sicológico vayan unidos, la reflexión nos sitúa obligatoriamente ante un fenómeno que se está extendiendo peligrosamente, como es el auge del populismo de extrema derecha.

Esta ideología, prácticamente testimonial hace unos años en los países nórdicos, ha logrado hacerse con importantes cotas de poder institucional en países como Suecia, Finlandia, Dinamarca y la propia Noruega, que se han sumado a otros estados europeos como Austria, Holanda o el Estado francés, donde la ultraderecha desgraciadamente ha echado raíces. Lo ha hecho, además, con la ayuda de las formaciones políticas «tradicionales» y de los medios, que en unos casos han asumido buena parte de su discurso en temas como la inmigración o las ayudas sociales, y en otros los han difundido sin reparar en sus consecuencias. El resultado es que mensajes no muy diferentes a los que dejó Anders Behring Breivik antes de matar a cien personas circulan con relativa normalidad y sin causar escándalo.

Este fin de semana Gasteiz ha sido escenario de unas pintadas de corte xenófobo, intolerantes y profundamente contrarias a la libertad ideológica y de religión. Evidentemente hay un salto muy grande entre estas pintadas y la matanza cometida en Noruega, pero el sustrato ideológico, de intolerancia y odio, es el mismo. El Ayuntamiento ha condenado lo ocurrido, de manera más comedida, todo hay que decirlo, de cómo lo haría si se tratara de otro tipo de pintadas, pero las declaraciones realizadas por el alcalde, Javier Maroto, a cuenta de la mezquita o las ayudas sociales no han ayudado a calmar la situación. Al contrario. Los responsables institucionales deberían ser los primeros en cuidar sus palabras, porque luego las condenas son estériles.

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