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udate I Historia: la memoria de la conquista de 1512

Iruñea amanece sitiada

Hoy se cumplen exactamente 499 años desde que las tropas del Duque de Alba entraran en la capital de Nafarroa. No hubo forma de hacer frente a un ejército mejor armado y mucho más numeroso. No se disparó un solo cañonazo. Por cada iruindarra había dos soldados españoles dispuestos a ganarse el jornal con el saqueo de la ciudad.

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Aritz INTXUSTA |

Alo largo de toda esta semana, el Gobierno de Nafarroa ha celebrado unas jornadas en Lizarra en las que ha intentado explicar que la conquista de Nafarroa fue algo lógico y normal. Se han escuchado argumentos del pelo de que «en toda Europa estaba pasando lo mismo» y que, un año después, el rey de Escocia invadió Inglaterra con un Ejército aún mayor que el del Duque de Alba. Sin entender muy bien qué tendrán que ver las churras con las merinas o por qué, entonces, Escocia no reina sobre Inglaterra, el nuevo consejero de Cultura, Juan Luis Sánchez de Muniáin cerró las conferencias diciendo que «la historia de Navarra es uno de los mayores tesoros de los que goza esta comunidad». Eso sí, Sánchez de Muniáin realizó un alegato en favor del rigor científico, en el que tampoco explicó al detalle por qué se eligió para abrir el ciclo de conferencias de historiadores a Jon Juaristi, que no tiene ni título de historiador ni fama de imparcialidad.

Lo que sí se sabe a ciencia cierta, porque así se ha atestiguado con documentos es que hace hoy 499 años y un día, las tropas del Duque de Alba acamparon en el lugar donde hoy está el parque de la Taconera, al pie de las murallas. Eran unos 15.000 y traían una veintena de piezas de artillería. En concreto, llegaban con: diez cañones, tres culebrines, seis falconetes, tres tiros de hierro, cuatro esmerines y dos medios falconetes (la diferencia entre unos y otros era el calibre, es decir, el tamaño de la bola de hierro que disparaban). El Ejército invasor se había adentrado por Ziordia, dejando en ridículo todo el sistema defensivo navarro, llegando a la capital tan solo en semanas. Iruñea se despertó el día 25 de julio de 1512, en estado de sitio.

«Hay que dejar de lado la idea que tenemos hoy de Iruñea», explica el especialista en fortalezas de Euskal Herria Iñaki Sagredo. «Las murallas que entonces defendían Iruñea eran medievales, del siglo XIII y, al parecer, bastante deterioradas», continúa. La capital navarra apenas contaba con algunas torres y monasterios para defenderse y muy poca artillería. «La principal fortificación era el castillo, pero como fortaleza tampoco servía para mucho. Se encontraba en estado de abandono, más o menos, en el lugar que hoy ocupa la Plaza del Castillo», recuerda el historiador. «Rendirse fue lo más sensato», concluye.

El Ejército del Duque de Alba era moderno, mientras que los navarros aún se manejaban con criterios de épocas anteriores. Los castellanos se distribuían por coronelías. Es decir, por cada tantos hombres, había un coronel al mando. Los navarros, por contra, tenían capitanes. «Eran pequeños señores feudales que servían al rey navarro por un tiempo y que normalmente mandaban sobre gente de su valle y de su pueblo. Ponían sus armas y su caballo al servicio del monarca y, más tarde, este les pagaba por ello», especifica Pello Esarte, autor de uno de los trabajos más detallados sobre la conquista de 1512. Para Esarte, la rendición de la plaza, sin entrar en combate, era lo mejor que pudieron hacer los iruindarras. «Enfrentarse a ellos era una soberana locura. En ese tiempo, Iruñea tenía unos seis mil habitantes. Sus murallas eran incapaces de aguantar los cañonazos, estaban desfasadas». Además, el historiador de Elizondo apunta que un enfrentamiento hubiera provocado no solo muertes, sino también, el saqueo de la ciudad. «La soldadesca que traía el Católico estaba acostumbrada a cobrar por el saqueo y, si entraban por las armas violaban y mataban. Las tropas castellanas se ganaban el sueldo con el botín», afirma.

Esarte apunta además a la diferencia numérica de unos y otros. «Por aquel entonces, la ciudad de Iruñea tenía entre 6.000 y 8.000 habitantes y, tras las murallas esperaban 15.000. ¿Qué podían hacer? De hecho, tuvieron que darles hasta de comer y comieron bien. En 1513, un año después, las crónicas dicen que no había trigo ni para simiente».

Falta de moral y la entrada

El miedo cundió en una población con una moral muy baja. El rey Juan de Albret (Juan III) había puesto pies en polvorosa en el día 23, cuando el duque invasor se encontraba en Arazuri. Se marchó para Irunberri y, después, se hizo fuerte en Iparralde, donde apoyado por sus aliados no sólo logró defenderse, sino que lanzaría nuevas campañas para reconquistar lo perdido.

En definitiva, hace hoy 499 años, a las nueve de la mañana, los notables que quedaban en la capital navarra entregaron al Duque de Alba sus capitulaciones. A las diez, los españoles tomaron posesión de sus fortalezas, defensas y los portales. Una hora después, el líder militar de los invasores hizo su entrada triunfal por las puertas de la ciudad. Fue directo hasta la catedral, donde le aguardaba el legado pontificio. Una vez allí, juró los privilegios de la ciudad y los iruindarras le dieron las llaves de su ciudad. Sin embargo, en la capitulación de Iruñea los navarros solicitaban poder administrar sus bienes, mientras durara la ocupación castellana. «en nombre de los dichos reyes de Navarra, sus naturales señores». Si bien en un primer momento, el Duque de Alba tragó. Tres días después, les volvió a apretar las tuercas. El militar castellano obligó a que juraran lealtad al «legítimo» rey Fernando.

Lo cierto es que duró poco esa lealtad. Seis meses después, los navarros se alzaron contra los ocupantes. Perdieron.

La ciudad, sin sus murallas

La imagen de Iruñea como un gran fortín, rodeado por altas murallas y con una ciudadela en el interior es bastante moderna. Las defensas de la capital navarra en 1512 eran bastante precarias y desfasadas. De hecho, después de ser recuperada en la reconquista de 1521, los castellanos decidieron reforzar sus defensas, para evitar nuevos levantamientos. Por otra parte, el cardenal Cisneros ordenó en 1516 desmochar las torres y derribar las fortalezas por miedo a que los navarros pelearan por su independencia y volvieran a hacerse fuertes dentro de ellas.

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