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Escuela

Carlos GIL  I Analista cultural
 
Cunden las llamadas escuelas de espectadores. Se mueven entre un acto voluntarioso de acercamiento de los aficionados a las nociones del análisis de los espectáculos y la supervivencia de los que repiten fórmulas. En otras latitudes se han levantado polémicas sobre el propio concepto. Los detractores aseguran que no se pueden crear espectadores dogmáticos, condicionados, formando parte de una escuela, de una única visión del complejo mundo creativo de las artes escénicas que es donde se están dando estas experiencias.

El espectador es ese ente abstracto imprescindible al que llamamos público, y no se puede considerar como un cuerpo coherente, como un grupo cohesionado de individuos, sino como la suma de unas voluntades libres que coinciden en el tiempo y el espacio debido a múltiples y diversas motivaciones. Por eso reivindicamos el concepto público, que es menos autoritario, y define mejor lo que son los comulgantes variados que acuden a las salas oscuras donde se hace teatro, danza y música en vivo y en directo.

La formación de cada espectador no se puede nivelar, ni puede ser un condicionante de ningún tipo, a no ser que estemos hablando de una discriminación añadida a la económica para acudir a disfrutar de las creaciones de todas las disciplinas. Algunos podrían pedir en la entrada a los espectáculos el carnet de estudiante de una escuela precisa, la licenciatura en espectador. La sensibilidad es un don, pero la capacidad de recepción se puede entrenar con la experiencia. Formemos ciudadanos libres a los que propongamos creaciones artísticas comprometidas. Una buena manera de hacer escuela.

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