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Jon Odriozola Periodista

Tinto de verano

En la sociedad de clases siempre se gobierna contra alguien igual que nunca llueve a gusto de todos. La cuestión es saber quiénes son la mayoría y, por supuesto, quién detenta el poder. Quién oprime y quién está oprimido.

En una sociedad dividida en clases, al margen de la mayor o menor agudización de lucha de clases que haya entre ellas, lo que existe, objetivamente, son los intereses distintos y contrapuestos y su expresión político-ideológica traducida en principios políticos. Podrá haber diferentes niveles de lucha de clases en su desarrollo, pero jamás desaparecerá la misma, justamente porque lo que hay es lucha entre contrarios y no armonía, como quería el socialismo utópico bienintencionado.

No se trata,por supuesto, de que el obrero, cuando acude al tajo, le ladre al patrón y le recuerde su condición de vampiro de la sangre trabajadora. No haremos caricatura. Normalmente ocurre lo contrario, es decir, el asalariado, sabedor de que no es dueño más que de su fuerza de trabajo pero no de los medios de producción que son propiedad del empresario capitalista, se humilla y calla hasta que la situación se le hace insostenible y busca la unidad de la clase trabajadora tratando de organizarse como mejor modo de enfrentar el modo de producción capitalista que se defenderá pagando a esbirros uniformados y aristócratas con overol (buzo).

Porque no es cierto que el empresario sea un «trabajador». El empresario, sea pequeño o grande, invierte un capital con la única idea de obtener una ganancia, un beneficio, lo que parece lógico, sí, pero a costa del sudor de sus empleados que son los que realmente trabajan y son productivos. Sin mano de obra no hay capital que valga.

Y es porque las relaciones sociales de producción son capitalistas que existe explotación de las clases trabajadoras y la extracción de plusvalía, independientemente, pero no sin influjo, del desarrollo de las fuerzas productivas. No se me escapa que este «sermón» ya no está de moda y suena jurásico, pero todavía es hoy el minuto en que nadie, en lo fundamental, puede refutármelo. Nadie salvo los monos que se vistan de seda.

Como ven, me puse conferenciante, homilético, impertinente. Y esto en estío, en tiempo de verano, de relax. Lo siento, pero me incomoda oír decir -cambio ahora de registro- de alguien que, si sale elegido en unos comicios, gobernará para todos, «los que me votaron y los que no». Esto es falso, mendaz. En un régimen de partidos políticos se es partidista. Si, por ejemplo, Bildu decide allá donde ganó por mayoría, quitar la bandera española y colocar sólo la ikurriña, eso es un acto partidista que no busca, ni siquiera aunque lo pretendiese, contentar a todos, precisamente porque... es imposible. Y no tanto por la decisiva lucha de clases, que no siempre está en primer plano en según qué tipo de sociedades, como por la defensa de unos principios políticos que responden a clamores populares. El rival haría exactamente lo mismo en sentido contrario.

En la sociedad de clases siempre se gobierna contra alguien igual que nunca llueve a gusto de todos. La cuestión es saber quiénes son la mayoría y, por supuesto, quién detenta el poder. Quién oprime y quién está oprimido. Y quién se deja oprimir para conservar la piscina.

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