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Toots Thielemans transita entre una pequeña sonrisa y una lágrima

El armonicista belga Toots Thielemans de 89 años de edad, pionero del jazz en Europa, recibió ayer el Premio Donostia Jazzaldia por seis décadas de carrera artística, en la que ha llegado a tocar con Charlie Parker. Después, y en cuarteto, Thielemans ofreció un concierto en el Kursaal, antes de que Mavis Staples y Cyndi Lauper cerraran, en una Plaza de la Trinidad sin sillas en su parte central, la 46 edición de un certamen más otoñal que veraniego en lo metereológico.

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Anartz BILBAO |

«Mi vida es el jazz». Con estas palabras comenzó ayer Toots Thielemans su alocución, en la que se mostró honrado de recibir, de manos de Juan Karlos Izagirre, el Premio Donostia Jazzaldia. El nuevo alcalde de la ciudad, que debutaba en estas lides, remarcó que «el Jazzaldia es un gran vehículo para la cita de 2016», la de la Capitalidad Europea. Por su parte, según Miguel Martín, «a Thielemans se le debe la conquista del swing, del jazz en Europa», pues el director del festival lo considera pionero del género en el viejo continente, clave para que exista hoy una escena propia, «el gran nivel que hoy hay en Europa».

Volviendo al protagonista de la jornada, «fui contaminado desde muy joven, positivamente, creo» destacó Thielemans (Bruselas, 1922). Destacado intérprete de la armónica en el jazz, en 1950 el belga fue contratado por Benny Goldman para realizar una gira europea y, en 1952, trasladó su residencia a los EEUU, donde llegó a trabajar con Bird, como él mismo recordó ayer con orgullo. «Soy el único músico vivo que tocó con Charlie Parker» -en agosto participará en un homenaje a Bird en Nueva York-.

Y es que Thielemans, pelo y bigote canos, vestido de negro y con una americana gris clara, aprovechó la comparecencia papara, además de recordar sus inicios con el instrumento, realizar una repaso de las leyendas del jazz con los que tuvo la oportunidad de compartir escena; soltándose además, entre grandes gestos, con alguna tonada suelta que tatareó. Al final, y con total naturalidad, «permitanme mostrar un punto de ego -pidió-: Fui pionero del jazz, y para algunos aún lo soy».

Preguntado sobre el comienzo de su aventura vital en el jazz, Thielemans recordó una tienda de discos de Bruselas donde descubrió, gracias a la sugerencia de la dueña, un disco de Louis Armstrong, y con él, el jazz. El joven belga vió después un film donde alguien tocaba una armónica, y decidió hacerse con una. «Mis amigos me decían, `Tú puedes ser un gran músico y eso es un juguete, ¡Tíralo!'».

Es entonces cuando el ayer honrado armonicista se decantó por la guitarra -también fue buen guitarrista-, para emular a su compatriota, el gitano Django Reinhart, «era y sigue siendo Dios». De Quincy Jones aprendió el significado y la importancia de la nota de blues (blue note). «Me decía que era el blanco más motherfucker que había conocido, lo que viniendo de él -debía de ser muy malhablado- te emociona».

«Transito en el pequeño espacio entre una pequeña sonrisa y una lágrima», se definió como artista Thielemans, que utiliza una armónica cromática de tres escalas. Además de los grandes mitos (nombró a Davis, Coltrane y otros muchos aparte de los ya citados) a quienes conoció, el belga dijo estar al tanto de los músicos jóvenes y citó entre sus posibles herederos a Gregoire Maret, quien anteayer actuó en la Trinidad acompañando a Cassandra Wilson, «aunque este toca la armónica diatónica». Entre cuestión y cuestión, desveló también que «tocar un Stradivarius de diez millones de dólares no te convertirá en un buen músico», y reflexionó sobre algunos músicos excepcionalmente virtuosos con las manos pero «bloqueados en el corazón»; tras lo que se mostró orgulloso de que «el público responda a su emoción».

Por otro lado, preguntado por la escena europea, «el jazz es un lenguaje sobre todo africano-americano» reconoció antes de insistir en la importancia de la blue note como esencia del jazz. «Y a mí me gusta decir que hablo blues con acento belga». En su país de origen, fue precisamente nombrado barón, título que él hace acompañar del lema «creo en lo que hago, creo en lo que soy». Es precisamente eso lo que trata de ser Thielemans, «ser yo mismo, ni más ni menos». Nadie lo puede hacer mejor... ni peor.

En directo

El belga, que además de flamenco e inglés habla francés y alemán, se mostró en todo momento muy receptivo, con apenas voz y con mayor agilidad mental que física, aunque por la tarde en el Kursaal, donde actuó con un cuarteto, demostró que sigue siendo capaz de transmitir emoción. En la comparecencia del mediodía, «hago lo que puedo», dijo, mientras repetía una y otra vez «intento aprender».

En el Kursaal, de negro integral, Thielemans dominó los tempos en escena, monstrándose cómodo y muy comunicativo con el público. En cuarteto y acompañado de jóvenes músicos franceses, el armonicista de Bruselas realizó un repaso a su trayectoria vital y artística, e interpretó temas como su imprescindible «Bluesette», tarjeta de presentación impresa en su ADN.

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