La entrevista que hoy publica GARA con el finlandés Jukka Takala, director de la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo con sede en Bilbo, ofrece elementos de análisis y datos que dan la verdadera dimensión sobre una tragedia diaria, socialmente invisible y, en muchos casos, mediáticamente olvidada. 168.000 trabajadores mueren anualmente en la Unión Europea por causas relacionadas con las condiciones laborales. Si bien el número de muertes por accidentes laborales disminuye, fundamentalmente por la exportación de los sectores peligrosos a países en desarrollo, el aumento de las muertes relacionadas con las enfermedades ha aumentado. Hoy en día, la tasa de mortalidad del cáncer ocupacional sobrevenido al trabajar con sustancias carcinógenas dobla las muertes por accidentes laborales. Sólo en las economías de mercado estables representa más de la mitad de las enfermedades laborales.

Los datos demuestran un círculo vicioso: muchas enfermedades no son reconocidas como ocupacionales. No son notificadas, no son sistematizadas, archivadas e investigadas y, consiguientemente, no son tratadas ni compensadas como tal. Y lo peor de todo, no son prevenidas. Se trata de una epidemia mortal de poca o nula repercusión y reprobación social. No hay grandes titulares de prensa, son muertos anónimos, sin nombres ni apellidos, en muchos casos, sin historia y sin dignidad. Noticias de la crónica de sucesos.

Comparativamente con la seguridad aérea europea, con una media de un accidente al año, los medios que se usan son irrisorios. Así como el impacto que se da a las noticias. Es hora de invertir la balanza. De dotar a la salud y la seguridad en el trabajo de toda la centralidad que una situación tan grave merece. Informando, elaborando mapas de riesgo, chequeando la salud de los trabajadores y retirados, investigando las substancias con las que trabajan. Con voluntad hay formas de hacerlo. Y una sola de asegurarlo: que no haya puestos de trabajo donde los trabajadores pierdan su vida.