La hambruna que sufren vastas regiones de Somalia surge de una «triple tormenta»: una sequía sin precedentes, el alza del precio global de los alimentos y un conflicto armado enquistado. Pero calificarlo de hambruna no ha sido un hecho «casual» ni «neutral». Lanza un fuerte mensaje a los donantes, da publicidad y lo sitúa en la agenda. Pero también es un término que incomoda a gobiernos que se niegan a utilizarlo. Y como en Somalia, una vez aceptado el término, existe la tentación de utilizarlo sólo para aquellas zonas que no se controlan, como «arma» política.

Las imágenes de la agonía de niños y ganado muriendo, sin embargo, certifican un hecho trágico y real que pesa sobre la conciencia colectiva de toda la región. La ONU decidió ayer establecer un puente aéreo con Mogadiscio para asegurar la entrega de víveres. Quién los recogerá y cómo se repartirán es una incógnita ya que los islamistas de Al-Shabab controlan gran parte de la capital y las zonas de hambruna. Asegura el pan para hoy, sí; pero sin una solución estable para Somalia, sin ayuda de largo plazo, sin financiar la agricultura y los sistemas de irrigación, el hambre de mañana parece asegurado.