Dicen que todo lo que no mejora tiende a empeorar. Demócratas y republicanos se enrocan en sus posiciones sobre la forma de elevar el techo de la deuda estadounidense y el acuerdo parece cada vez más lejano. Visiblemente harto, el presidente Barack Obama subió ayer unos centímetros más el listón al amenazar con el veto a la propuesta que los republicanos podrían aprobar en el Congreso gracias a su mayoría.

«La Administración se opone firmemente a la adopción por el Congreso» del plan presentado por el líder republicano en esta Cámara, John Boehner, y si llegara para su promulgación «los asesores recomendarían al presidente que oponga su veto», rezaba el comunicado emitido desde la Casa Blanca.

Todo esto después de que en su habitual rueda de prensa, el portavoz presidencial Jay Carney remarcase que el plan republicano no tiene ninguna opción de ser aprobado en el Senado, donde los demócratas son mayoría. De este modo, la situación se mantiene en un impasse en el que cada parte, al menos de puertas hacia afuera, aguanta el pulso sin dar su brazo a torcer.

Boehner acusó la víspera a Obama de «querer un cheque en blanco», después de que éste rechazara su propuesta. Los republicanos insisten en un plan en dos etapas: una primera parte que elevaría el techo de la deuda otro billón de dólares -acompañado de 1,2 billones de reducción presupuestaria en diez años- y otra subida del tope a inicios de 2012.

Para Obama, esto supondría repetir la crisis dentro de seis meses, con el agravante de que en el horizonte estarían las elecciones presidenciales de noviembre.

El jefe de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, denunció que son los ultraconservadores del Tea Party quienes tienen la sartén por el mango, impidiendo a Boehner alcanzar un acuerdo.