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José Ángel Saiz Aranguren | Concejal por Bildu en Zizur Nagusia

«Nosotros los demócratas»

El autor hace una aguda radiografía del actual escenario político, en el que aquellos que no condenan el franquismo, e incluso mantienen sus formas, expiden carnés de «demócrata»; quienes niegan los derechos laborales se dedican a desprestigiar a los sindicatos mayoritarios; y donde los derechos civiles son usurpados.

No estoy seguro de que la democracia sea el menos malo de los sistemas políticos, como pensaba Winston Churchill. De lo que sí estoy convencido es de la falsedad de la idea liberal que piensa que el desarrollo capitalista provoca necesariamente el despegue democrático. Lo que vivimos actualmente no es democracia. Es despotismo ilustrado, pero sin ilustración. El «atrévete a pensar por ti mismo» kantiano está muy lejos de su mayoría de edad.

Como mejor modelo han desfilado hace poco tiempo por Iruña el heredero de esa democracia orgánica del Diccionario Biográfico, Felipe Borbón y su lazarillo Miguel Sanz. Cuando faltan ideas, se inventan palabras. Las formas democráticas se alejan de la soberanía civil. Lejos de medirse por los principios de igualdad en la dignidad, isegoria e isenomia, se reduce a una simple condena. Poco valen las libertades de la ciudadanía, centradas en los derechos civiles y políticos, el principio de diferencia, basado en la igualdad de oportunidades, y el principio de equidad o las ayudas que se reparten según las necesidades.

Estos principios de justicia social, que con tan buen criterio nos enseñó John Raws, no valen para nuestra convivencia. Aquí la sociedad más segura no es la más justa, sino la que tiene mejor organizado su sistema de represión. El Estado, como dijo Weber, sigue convertido en esa entidad que posee el monopolio del uso legítimo de la fuerza. El último ejemplo lo tenemos con la manipulación mediática del movimiento 15M. Euskal Herria lleva años sufriendo la represión, porque la violencia y el terror no son el último residuo de la naturaleza, sino la primera invención del Estado. Savater ya sentía que ningún terrorismo puede legitimar ninguna violencia de Estado que atente de raíz las bases en las que se funda la democracia.

Este es el legado de los que se autodenominan bloque constitucionalista. Además, nos añaden una crisis que viene a ser, con los grandes recortes de derechos de los trabajadores que nos regalan como ayuda, el mismo fantasma terrorista, pero en versión económica. Y todo esto bajo una Constitución que sólo han podido valorar y elegir los de la década de los cincuenta. Ante semejante reliquia impuesta, sólo he podido pronunciar un «legearen aginduz, hitz ematen dut», prometo por imperativo legal. Los demócratas que juran y prometen una constitución fosilizada nos advierten de que necesitamos un recorrido democrático y político. Desde luego nos faltan kilómetros de distancia ante una democracia que descansa en una dictadura mercadotécnica que nos arruina.

Por mucho que el Sr. Basagoiti piense que Bildu llevará a la sociedad a la Edad Media en política y a la Edad de Piedra en economía, podemos estar tranquilos. El progreso no es sino ese vértigo exaltante que siente el contemplador ante el peso de la historia. Mucho sabe el líder pepero sobre feudalismos económicos y financieros; sobre el poder de la Iglesia en el Estado y la educación Y sobre un sistema piramidal clasista, donde un sector de la población no tiene derechos.

Mucho se tienen que esforzar para limpiar el recorrido democrático quienes, lejos de condenar el franquismo, mantienen sus formas simbólicas; fomentan un Diccionario Biográfico porque exalta a los suyos; niegan constantemente la memoria histórica abrazándose con falangistas en Santoña y veneran como presidente de honor de su partido a un conocido ministro franquista. Nos quieren llevar por un recorrido cuyo final es la democracia orgánica que tanto añoran.

Otros nos hablan de recorrido político mientras niegan los derechos laborales desprestigiando a los sindicatos mayoritarios; usurpan derechos civiles; pactan con la derecha más rancia y proclaman que el nacionalismo es de derechas sin darse cuenta que nacionalismos ha habido muchos: integristas y revolucionarios, emancipadores y colonialistas, religiosos y profanos, refinados y simplistas, vanguardistas y ultratradicionales, racistas y antirracistas.

Despiertan lo mejor del Estado y, a veces, lo peor. En fin, el sol que refleja esos recorridos les debe nublar la mente. Está claro que para ellos el individuo es una institución que nace con el Estado y a su imagen y semejanza. Quien se desvía de ese principio es llevado a la Inquisición, pero no debemos olvidar que el diablo siempre miente diciendo palabras verdaderas.

Entre los antiguos «político» quería decir ciudadano; hoy político significa «el que engaña a los ciudadanos». Hasta que esa palabra no recupere su sentido prístino poco importa la forma de gobierno que prefiramos. Algunos tertulianos, que viven de su pasado aunque han renegado de él, siguen firmemente las acertadas premisas savaterianas, según las cuales todas las opiniones no son respetables y en democracia no todo vale. Ahora bien, ¿qué no se debe respetar?, ¿qué vale? Sólo lo que piensan ellos; sólo lo que empieza por «nosotros los demócratas».

Cioran decía en alguna parte que todo el que dice «nosotros» miente.

Bajo un disfraz falso de cosmopolitismo arrinconado en las cuevas de Altamira, les gusta hablar del pueblo vasco como de la «tribu». Están acostumbrados a tener la última palabra y todo el poder. En 1748, Montesquieu separó los poderes ejecutivo, legislativo y judicial como criterio básico de un Estado democrático. Además, cada poder posee su función y vocabulario propio. Como clase política jamás se puede condenar nada. Es algo que concierne al poder judicial. Éstos condenan con mejor o peor éxito. A la clase política le corresponde rechazar ciertos comportamientos. Pongamos a cada poder en su lugar separándolos perfectamente. Además, algunos responden de sus acciones con su tiempo; otros, no. Apoyarse constantemente en una condena que no le corresponde es hacer de político imbécil. Ese político que necesita, in baculum, del bastón de apoyo, de las excusas para rellenar la falta de razón.

Ocurre lo mismo con el juro y prometo. El juramento debe quedarse en los sermones de la religión, no de la política. Jurar la Constitución sí es retrotraernos a la Edad Media. El juramento y la condena son sus mantras y pienso que la tolerancia es el reconocimiento del derecho a no creer. Nada hay más peligroso e invisible que un dogma. Cioran decía que eran como un par de zapatos recién comprados y de un número más pequeño. Hasta que no se doma con el uso no hay quien los aguante. Debemos dejarlos en los lugares que les corresponde para poder construir juntos una sociedad laica, participativa y en paz.

Respetando a todas las víctimas, comprendiendo su chantaje emocional, pero sin permitir su intromisión política. Rechacemos, por orden, todas las historias de terror que hemos vivido. La verdadera fidelidad a lo común es defender contra la mayoría la diferencia de lo irrepetible. Pero no seamos hipócritas. Miremos a nuestro alrededor jugando todos con la misma baraja, porque ya Marx predijo que la violencia era la partera de la historia. Así que cuando oigamos términos de victoria, pensemos que, como todo éxito, se trata de un malentendido.

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