Raimundo Fitero
Detritus televisivos
Nadie puede dudar de que en Tele 5 lo que abundan son las reincidencias, que acostumbran a ser realizadas por los reincidentes, que en asuntos donde existe un famoso, un accidente con resultado de una persona muerta se convierten en policías, fiscales, jueces y verdugos de la condena televisiva. La última muestra de esta poco decente manera de convocar a las audiencias tuvo como sujeto a Ortega Cano, el torero que al parecer fruto de una conducción temeraria, bajo los efectos del alcohol, provocó un accidente en el que murió otro conductor.
Es todo lo que sabemos oficialmente, podemos tener nuestras dudas y opinión al respecto. Hasta nuestras fobias y filias, pero a ninguno se nos ocurre convocar a las audiencias a un programa-trampa, a un cúmulo de opiniones sesgadas, no sobre los hechos que se deben probar y juzgar, sino sobre todo lo de alrededor, en un tono morboso, inquietante, pero a la vez que provocaba repulsa, porque todo se basaba en la nada, en la especulación, en el montaje, y era penoso ver cómo se hace un programa sin nadie de los afectados, ni su entorno, como se vierten suposiciones delirantes, como se reclama casi imperativamente que llamen al teléfono de aludidos, abogados, familiares, y la manera que tiene para conseguir ese momento televisivo sea la mentira, la provocación.
Lo diremos todas las veces que sea necesario. Estos programas son nefastos, arruinan defensas judiciales, crean monstruos y como se basan en mentiras absolutas, no sé si tienen calificación penal o no, pero deberían tener la repulsa de los profesionales del derecho, la policía, la judicatura y el periodismo. Para empezar. Porque se podrían añadir a estas protestas otros cuantos más.
El especial presentado por Nacho Abad, ¡qué tétrico policía! y Sandra Barneda, no daba otras clave que los de la tragedia de una televisión sin escrúpulos, inflada, carroñera, desprovista de ética, un modelo a combatir con el desprecio. Son reincidentes. Lo hacen todo por la pasta. No les importa nada más. Ni los muertos, ni los vivos, ni las familias, ni la verdad, ni siquiera a sus audiencias a las que engañan. Son detritus televisivos, o sea, mierda.