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Los partidos mirán ya al 20-N mientras las consecuencias del 22-M definen el nuevo escenario

Las elecciones al Congreso y al Senado serán el 20 de noviembre. Cinco días después de que el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, que aún no ha encontrado su sitio en el Ejecutivo, valorara que un adelanto electoral sería «lo peor» que le podría pasar al Estado español por generar tensión e incertidumbre, su jefe fijó los comicios cuatro meses antes de lo que tocaba. Un síntoma de la descomposición que desde hace tiempo sufre el Gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero.

El político leonés hizo el anuncio tras el Consejo de Gobierno, el viernes pasado, una jornada en la que los mercados volvieron a acosar a la economía española. La situación económica, precisamente, es el principal desencadenante del adelanto electoral. Madrid lleva varios meses caminando al borde del precipicio, las señales que anuncian su bancarrota son cada vez más fuertes y las instituciones europeas han salido al quite en varias ocasiones. En demasiadas, a juicio de no pocos mandatarios de la UE. Porque cuando los partes oficiales hablaban de Grecia, de Portugal o de Irlanda, en realidad todos miraban a España. Gobierne quien gobierne a partir de enero, sabe que va a tener que aprobar nuevas reformas y recortes. Para impedir que la economía española tenga que ser rescatada, en el escenario más optimista, o para cumplir las condiciones del rescate, en el escenario seguramente más realista. Y en el PSOE han decidido que es mejor convocar a las urnas antes de que ese escenario sea una realidad. Es previsible que el verano camufle ligeramente las escandalosas cifras de paro, y que algunos indicadores económicos -inflación, déficit- ofrezcan un cierto respiro antes de volver a apretar a fin de año. Y el equipo electoral de Alfredo Pérez Rubalcaba ha decidido que cualquier otra fecha sería peor. Y por eso Zapatero ha dado por finalizada la legislatura.

Elecciones en clave de oportunidad

Seguramente, la elección de una fecha tan simbólica como el 20N no es casual. Cuando de Rubalcaba se trata, nada es azar. El cántabro, que pilotó la nave del PSOE en las convulsas jornadas de marzo de 2004 que acabaron con la primera victoria de Zapatero, querrá situar al PP frente al espejo de su pasado y despertar a una base social que le ha dado la espalda por méritos propios.

En Euskal Herria, el 20N volveremos a recordar a Santi Brouard y a Josu Muguruza, muertos a manos de sicarios del Estado cuando trabajaban por llevar a este país a un escenario de libertad, de democracia y de paz. El mismo que ahora se pretende alcanzar a través de un proceso que la izquierda abertzale puso en marcha unilateralmente hace dos años y que en este tiempo ha generado nuevas dinámicas y expectativas de solución. En las últimas semanas, cuando la posibilidad de un adelanto de los comicios era más que un rumor, se ha especulado por las consecuencias que una eventual victoria del PP podría tener para ese proceso. Esa posibilidad, de hecho, ha sido utilizada por el PNV para presionar a la izquierda abertzale. Es cierto que la trayectoria de la derecha española y las declaraciones de dirigentes del PP no dejan marger para el optimismo, pero el propio Rubalcaba ha dado sobradas muestras de no querer afrontar la nueva situación política con ánimo constructivo. Su paso por el Ministerio del Interior ha estado marcado por la represión, pura y dura. Gane PP o gane PSOE, tanto la sociedad vasca como los agentes políticos de este país deben ser conscientes de que será su capacidad de movilización y su determinación las que hagan moverse en la dirección adecuada al nuevo Ejecutivo.

Las elecciones deben ser entendidas también como una nueva oportunidad de que Euskal Herria haga oír su voz en Madrid. Bildu ya ha anunciado su intención de llevar una mayoría independentista a las Cortes y su deseo de alcanzar acuerdos con otros agentes para ello. El 20N la nueva realidad política vasca puede entrar con fuerza en el Congreso español. En todo caso, no hay que esperar a esa fecha para seguir trabajando. El proceso no debe ralentizarse porque todavía son muchos los pasos que se tienen que dar. Las movilizaciones que se llevaron a cabo ayer en todo el país por los derechos de los presos son un claro ejemplo de ello. La situación de los represaliados estará en la agenda política a la vuelta del verano, pero también durante el periodo estival.

El tablero político no deja de moverse

Es de esperar que se den nuevos pasos en clave de proceso en otoño, que también será decisivo para el futuro de varias formaciones políticas vascas. A la crisis de Ezker Batua, que podría acabar en una escisión entre octubre y noviembre, hay que sumar la situación de Aralar y de Nafarroa Bai. El partido que lidera Patxi Zabaleta celebrará su congreso, probablemente el 1 de otubre, con muchas incógnitas por resolver, algunas de ellas relacionadas con Nafarroa, donde un grupo de «nabaizales» creará en setiembre un nuevo sujeto político con vocación de partido. Hamaikabat ni siquiera ha llegado a setiembre. Las elecciones del 22 de mayo aclararon mucho el tablero político y el nuevo curso lo hará más.

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