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Cristóbal Bengoetxea | Profesor

9 de agosto de 1936, doce horas entre la vida y una muerte injusta

Aquella noche tres maestros perdieron sus vidas y la justicia que les pudiera corresponder quedó enterrada en la sima de Otsoportillo para siempre, simplemente por ser maestros republicanos

Ocurrió en menos de 12 horas del segundo domingo de agosto de aquel verano «caliente» del 36, hace 75 años, en la Llanada Alavesa y Urbasa.

Al párroco de Zalduondo y Galarreta (Araba), «exiliado» en Zegama (Gipuzkoa) por aquello de que los bandos estaban sin definir, le correspondía celebrar la misa dominical en ambos pueblos y, como no las tenía todas consigo respecto a la forma en que sería recibido, «solicitó» ayuda. A la mañana apareció acompañado de 26 falangistas armados. Mientras uno celebraba misa, sus acompañantes encerraban en el Ayuntamiento de Zalduondo a 18 personas, entre otras al maestro Miguel Gil; faltaban todas las que, intuyendo lo que se avecinaba, habían huido al monte.

El pánico se extiende a Galarreta (a dos kilómetros de Zalduondo) y, por lo que pueda pasar, yo también decido «exiliarme» en mi huerta. Pronto varios falangistas armados llegan a casa preguntando por mí. Mi esposa, de común acuerdo, dice que no sabe dónde estoy, pero el infortunio hace que rápidamente los tenga delante encañonándome con sus fusiles y encerrado en la escuela, donde ya estaban asustados y muy preocupados mi amigo y maestro Bernardino Domingo y otras tres personas más.

Por si fuéramos pocos, por la misma puerta apareció el maestro de Gordoa y también amigo Mauricio Rodriguez. Sin saber los motivos y sin atrevernos a preguntarlos, los dos maestros y yo nos vemos en un camión rumbo a Zalduondo, en cuyo Ayuntamiento pasamos a ser 21 los que estábamos en una situación no muy envidiable. Aquí, sin tan siquiera preguntarnos el nombre o tomarnos declaración alguna, recibimos algunas inesperadas e inquietantes visitas de los alcaldes de la zona, que incrementan nuestras preocupaciones y malestar, rematadas por la del párroco que, aparentemente asustado e impresionado, nos dejó peor de lo que ya estábamos al decirnos que nos iban a matar a todos, pero que habían intervenido los médicos, alcaldes y él mismo, y que parecía que sólo matarían a algunos. Que a él no le culpásemos nunca, que se había puesto de rodillas pidiendo por nosotros y que él era el primero que lo lamentaba.

La tarde trascurre muy lentamente, hasta que nos comunican que a los maestros de Gordoa, Galarrreta y Zalduondo y a mí nos van a llevar a Gasteiz. Pareciera ser que alguien había puesto en marcha una macabra selección; más tensión, angustia, zozobra, miedo... Zalduondo, Narbaiza, Axpuru, Larrea, el Patio y a las ocho de la tarde estamos esposados en el Centro Navarro de Gasteiz, que hacía pocos días habían abierto los falangistas y requetés navarros para castigar con más dureza, pues se quejaban de que los alaveses no lo hacían bien. El hombre de la guadaña parecía aproximarse sin tiempo de asimilar nada.

Dos horas pasamos en esta difícil y complicada tesitura, hasta que, a las 10 de la noche, vuelta a los mismos coches negros en que nos habían llevado, por fin salimos en dirección a Nafarroa. Ingenuidad la nuestra, que por un momento creímos que nos llevaban de regreso a casa, cuando sin saberlo nuestra sentencia ya estaba echada. Pregunté al chofer sobre nuestro destino y me contestó que primero a Olatzagutia y después no sabía. El ambiente se hacía cada vez más irrespirable y el túnel más negro, por lo que decido que al pasar por Agurain saltaría del coche en marcha y huiría a la zona republicana que por aquellos días estaba cerca. Imposible.

Olatzagutia. Cambio de escolta, a excepción del jefe. El chofer entrante pregunta al saliente: «¿A dónde llevamos a éstos?». Dice el nombre de algún monte, los nervios se alteran, salimos y enseguida dejamos la carretera a Iruñea para iniciar la ascensión a Urbasa. Ya no hay ninguna duda, nos van a matar... Pienso otra vez en arrojarme del coche. Imposible.

Llegamos a Urbasa. Forcejeo y golpes porque no queremos salir de los coches. Uno me apunta con su fusil y otro le aconseja: «No le tires hasta que salga, que va a llenar el coche de sangre, acuérdate de lo que paso ayer».

A unos metros están los maestros de pie, primero D. Mauricio, segundo D. Miguel, tercero D. Bernardino y yo. Detrás 10 hombres con viejos fusiles a dos metros.

En el último instante, intento sobornarles ofreciéndoles los bienes que tenía. Respuesta: «Buena falta les hará a su mujer e hijas», y en voz alta da la orden de fuego.

En ese preciso momento, empujo al jefe de los falangistas que cae y salgo corriendo en la oscuridad. Me disparan, D. Mauricio grita: «Corran ustedes, que yo no puedo, que me maten aquí». Tropiezo, caigo al suelo, la oscuridad y algunas rocas me protegen, pero las balas silban. Me dan por muerto. Desde mi escondite, veo desplomarse a D. Bernardino, dando un fuerte berrido de muerte. Enseguida otro y otro de D. Miguel y D. Mauricio. Salgo corriendo y aún puedo escuchar los tiros de gracia. Intentan hacer lo mismo conmigo, pero no me encuentran.

Eran las once menos veinte de una noche de luna llena en la que tres cuerpos quedaron tendidos sin vida. Para ellos todo había terminado. Para mí, perdido, asustado, tembloroso, herido, roto... solo en la inmensidad de la sierra de Urbasa, intuyendo que los lobos volverán a por mí, como así fue, era la continuidad de un muy incierto y represaldiado futuro...

Todo lo anterior es sólo una parte resumida de las memorias que Pedro Salinas Arregui (1887, Galarreta-1962, Altsasu; diputado foral de Araba), la persona que consiguió escapar, escribió en 1955.

Aquella noche tres maestros perdieron sus vidas y la justicia que les pudiera corresponder quedó enterrada en la sima de Otsoportillo para siempre, simplemente por ser maestros republicanos. Ellos no volverán, justicia difícilmente se les hará, pero que por lo menos quede su ejemplo, entre otras cosas para que no vuelva a suceder.

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