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Análisis | Revueltas en el mundo árabe

Las protestas y la incertidumbre marcan el escenario en Siria

El debilitamiento del régimen sirio tras casi cinco meses de protestas y la falta de unidad de la oposición, con múltiples y diversos intereses, alimentan el temor a que se repita la escenario libio o a que estalle una guerra civil similar a la de Líbano o a la más reciente de Irak. Los movimientos de Bashar Al-Assad, buscando un acuerdo por medio de una reforma del sistema, pueden llegar demasiado tarde si la represión persiste. No obstante, la debilidad y desunión de la oposición puede, por el momento, jugar a su favor.

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Txente REKONDO | Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Los acontecimientos en el escenario internacional rara vez están ligados a la casualidad, como tampoco lo está la atención informativa que se les presta. Desde que comenzaron las protestas de la llamada «primavera árabe», el panorama internacional ha ido variando y la centralidad mediática también. Tras las sorpresas en Túnez y Egipto y un breve paso por Yemen o Bahrein, desde hace meses los focos se centran en la intervención militar de la OTAN y sus aliados en Libia y en las maniobras en torno a Siria.

Más allá de las posiciones que los dirigentes de ambos estados han mantenido en los últimos tiempos, hay que recordar que en algún momento también han integrado las «listas negras» de Occidente, y en Washington siempre se les «ha tenido ganas». No es causalidad que el manto de silencio sobre Yemen o Bahrein coincida con ese bombardeo de noticias sin confirmar o «anónimas» que inundan buena parte de los medios de comunicación occidentales, sin olvidar tampoco el peculiar papel que tanto Al-Jazeera como Al-Arabiya estarían jugando en los escenarios sirio y libio.

En Siria, cada vez es mayor el temor a que acabe repitiéndose un escenario similar a la guerra civil libanesa o al que más recientemente ha vivido Irak, donde las divisiones religiosas y sectarias se han apoderado del país. Algunos analistas señalan que, de momento, la situación no es crítica, «el régimen no ha caído y la población de Damasco y otras ciudades importantes tampoco se ha sublevado en masa; las Fuerzas Armadas tampoco se han fracturado; y a pesar de las dificultades, la economía no ha colapsado». Es evidente que estos cuatro meses han debilitado al régimen, pero todo indica que la oposición lo está todavía más. La represión y la sangre derramada no favorecen una salida negociada, de ahí que el fantasma de una guerra civil siga planeando.

Las presiones y movimientos de Occidente no son nuevos. Las condenas de la UE y de EEUU se combinan con injerencias directas, como la «visita» de los embajadores de París y Washington a Hama. O las declaraciones del Gobierno sionista de Israel a favor de «un cambio de régimen en Siria». También Turquía se mueve en un difícil equilibrio, preocupada por la avalancha de refugiados sirios y, al mismo tiempo, por la actitud que puedan adoptar las minorías kurdas o alauitas tanto en Siria como dentro de sus propias fronteras.

Y en esa coyuntura también participan las redes salafistas alimentadas y alentadas desde Arabia Saudí y otros estados del Golfo, que maniobran para debilitar el eje sirio-iraní y aumentar su influencia en la región.

En el pasado, EEUU ha intervenido directamente en Siria, como en 1947 y 1949, pero es sobre todo en los últimos tiempos cuando ha desplegado una serie de operaciones y maniobras más o menos encubiertas para derrocar al régimen de Al-Assad. Desde la ocupación de Irak en 2003, se han sucedido las presiones sobre Damasco, combinadas con la financiación de los grupos opositores en el exilio, el entrenamiento militar de algunos de sus miembros e, incluso, con el apoyo a determinados organismos como el Centro de Derechos Humanos de Damasco, tutelado por el Fondo Nacional para la Democracia de Estados Unidos (NFD), entre otros.

La falta de unidad de la oposición es también evidente. Hay división entre secularistas, islamistas y defensores de los derechos humanos; entre jóvenes desempleados que han salido a las calles y opositores que han estado previamente en prisión; entre la llamada oposición interna y los grupos de exiliados; entre los que buscan la intervención de Occidente y los que se oponen a la misma.

Como señala un destacado académico que conoce bien la realidad siria, «si bien es cierto que el Estado sirio fue sorprendido por las protestas, y su situación actual no es muy cómoda, también lo es que la oposición presenta una fotografía más débil aún».

La presencia de grupos armados opositores es otro tema que no abordan muchos medios de comunicación, bien por desconocimiento, bien por calculado interés. Lo cierto es que en torno a los movimientos opositores existen grupos que en el pasado crearon redes de contrabando y que ahora intentan apoderarse de ese lucrativo negocio. Los enfrentamientos en áreas fronterizas donde éstas operan confirmarían esa percepción.

También hay que tener en cuenta la presencia de movimientos salafistas o yihadistas. La mano saudí en torno a ellos mismos es evidente y en Siria se podrían repetir las experiencias de Afganistán o Irak. Algunas fuentes apuntan a una posible alianza de intereses entre salafistas y algunos grupos del exilio. Ambos buscan aprovecharse del «otro» en su propio beneficio, conscientes del abismo que separa a ambos proyectos.

El ataque de junio en Jisr al-Shughur, donde un grupo fuertemente armado atacó a las Fuerzas Armadas sirias causando más de un centenar de bajas, es un ejemplo de la presencia de ese movimiento que, proveniente de Turquía, contaría con apoyo en algunas regiones.

Tampoco hay que olvidar los llamamientos de algunos clérigos suníes que han llegado a afirmar que tal vez sea necesario que «muera un tercio de los sirios para que los otros dos tercios puedan vivir».

Todavía hay muchos pulsos sobre el escenario sirio. La mal llamada comunidad internacional asume las «ganas» de EEUU y sus aliados, al tiempo que las llamadas potencias emergentes defienden otras posturas. El Gobierno de Damasco teme que el escenario libio se repita en su territorio, de ahí su decisión de evitar a toda costa que la ciudad de Hama se convierta en otra Bengasi, desde donde la oposición ponga en marcha una fachada oficial en torno a un «Gobierno y Ejército» opositores.

La diversidad religiosa, su importancia geoestratégica, los intereses extranjeros en la región, los movimientos de actores externos son también factores a tener en cuenta al acercarnos a la compleja situación que vive estas semanas Siria. Los movimientos de Al-Assad, buscando un acuerdo por medio de una reforma del sistema, pueden llegar demasiado tarde si la represión persiste. No obstante, la debilidad y desunión de la oposición puede jugar a su favor, aunque no se descarte que grupos jihadistas pongan en marcha su propia agenda, en la que el «cuanto peor, mejor» es su bandera.

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