ANÁLISIS | revuelta en el extrarradio de londres
El síntoma frente a las causas
Los disturbios que, por tercer día consecutivo, se extiendían por las barriadas de Londres son un síntoma del enfado y frustración de jóvenes que han perdido confianza en aquellas instituciones que cuando se suponía que debían protegerles les han victimizado, privándoles de cualquier esperanza de un futuro mejor. Perfiles raciales, discriminación, políticas de clase que ignoran las realidades sociales de los más vulnerables... Estas son las variables que incendiaron Inglaterra en los ochenta y que hoy se repiten en las barriadas de Londres
Soledad GALIANA
Las comparaciones no se podían hacer esperar. Las carcasas de edificios y vehículos, las calles marcadas por los restos de la batalla de la noche anterior... No es la primera vez que ocurre en Inglaterra o Londres, y a pesar de que hace veintiséis años desde que Tottenham era el escenario de enfrentamientos entre policías y residentes, algunas cosas parecen no haber cambiado tanto.
Tanto en 1985 como hoy, el gobierno británico estaba en manos de los conservadores -la Dama de Hierro Margaret Thatcher entonces, y David Cameron hoy. En ambas ocasiones la economía estaba sumergida en una crisis, y a pesar de la diferencia entre la economía de entonces y la de ahora, las soluciones adoptadas son similares: recortes a los servicios públicos que se traducen en ataques a las estructuras sociales que mantienen a los más vulnerables a flote y, por supuesto, previenen situaciones como la que se vivió entonces y se vive hoy en Londres. Incluso el debate mediático y político es similar en lo que se refiere a las actuaciones de las fuerzas de seguridad y cuestiones como la integración social. Y por supuesto, tanto entonces como ahora se oyen las acusaciones de «violencia descerebrada» y «actuación policial desmesurada o incompetente».
Lo ocurrido en Tottenham, y por extensión en otras barriadas de Londres en los últimos días, sigue el mismo guión que situaciones en este mismo barrio en 1985 o en Liverpool en 1981: el incidente que actúa como detonante en una zona marginal de la ciudad, la protesta pacífica que desemboca en disturbios el cruce de acusaciones... El tiempo pasa, pero evidentemente las cosas no han cambiado tanto y algunos no han aprendido de sus errores.
A pesar de las críticas demoledoras recibidas por la Policía metropolitana londinense por su tratamiento e investigación del asesinato del joven Stephen Lawrence, que destapó los elementos de racismo dentro de la fuerza policial, el uso de perfiles raciales y sociales en sus actuaciones diarias e investigaciones han creado una clara desconfianza entre amplios sectores sociales para con la Policía.
En algunas barriadas británicas el uso de sudaderas con capucha hace muy posible un cacheo policial, pero si a ello le acompaña la pertenencia a una minoría étnica, este se hace inevitable. Las estadísticas lo demuestran. Por cada blanco detenido y cacheado por la Policía han pasado ya por ese trago seis y medio afrocaribeños.
Jake Manu, un estudiante universitario de Tottenham, lo tiene muy claro. Las tensiones entre jóvenes y policía, incluyendo tensiones raciales, han estado fermentando durante meses. En declaraciones a la BBCm, Manu apuntaba a que la policía «nunca nos habla, nos ignora, no nos consideran humanos».
«Se nos para continuamente como si fueramos criminales. Si llevas una sudadera negra, si eres un hombre negro..., da igual la razón», acusa Manu. «Yo soy de Tottenham, pero voy a la universidad, voy bien vestido y tengo un trabajo, pero si me pongo una sudadera y salgo a la calle, me retendrán, me pedirán la documentación y me cachearán. Eso es una violación de los derechos humanos. No estoy contento con las revueltas, pero creo que es necesario para que la gente sepa que está pasando en estas comunidades y aprendan», sentencia.
Quizás Manu le explique al primer ministro británico, David Cameron, por qué su «multiculturalismo» no funciona. La integración social radica en la creación de espacios para el conocimiento y el intercambio entre comunidades. En el caso de Gran Bretaña se ha optado por la creación de ghettos y discriminación a todos los niveles, incluido el institucional.
Sin ir más lejos, la muerte de Mark Duggan, el joven de 29 años que falleció a consecuencia de los disparos de la policía en un incidente que aún no ha sido esclarecido, se produjo durante la intervención de la unidad Operación Tridente, específicamente dedicada a combatir el crimen armado en la comunidad afrocaribeña. Algunos en su comunidad se preguntan si el perfil racial de Duggan jugó algún papel en la manera en que se desarrollaron los incidentes.
Asimismo, la actuación de la policía tras el incidente y más específicamente la falta de comunicación con la familia, ha sido señalada por los activistas comunitarios de Tottenham como una de lsa claves que provocaron los incidentes de la noche del sábado. La infructuosa espera de cuatro horas que siguió a su petición de un encuentro con un mando policial fue la chispa que incendió la frustración de algunos de los presentes. Y hay que preguntarse qué lección ha aprendido la policía que le permita ignorar los derechos y el bienestar de aquellos cuyo trabajo es servir de esta manera. Quizás la policía debería considerar la competencia de su actuación.
En 1981, el barrio de Toxteth en Liverpool, fue el escenario de los peores disturbios ocurridos en Inglaterra. Todo se inició con la detención de un estudiante de fotografía, Leroy Cooper, que intervino cuando la policía se disponía a detener a un joven al que acusaban erróneamente de robar una moto.
El resultado de los disturbios fueron 500 detenidos, y casi el mismo número de policías heridos. Cooper fue sentenciado a nueve meses en el reformatorio. Cuando volvió a su barrio, las marcas de los enfrentamientos seguían presentes, como lo siguen estando hoy. «La revuelta fue un síntoma de que nuestra sociedad no funciona», dijo en su momento. «Destruimos nuestra propia comunidad, nuestros hogares. Algo iba mal». Sería de desear que aquellos que acusan hoy a los jóvenes de «violencia descerebrada» intentaran ver más allá de lo que pasa para descubrir el por qué se ha llegado a esto. Quizás es desesperanza, frustración por desear una realidad socioeconómica a la que no pueden acceder, quizás una experiencia negativa hacia las instituciones que les han fallado, quizás el hecho de que se sienten más acorralados que protegidos...
En su momento, las revueltas obligaron al gobierno a replantearse los procedimientos en sus relaciones con las comunidades y la regeneración de las zonas marginales. Hoy, la ministra del interior Theresa May vuelve de sus vacaciones con un discurso unívoco de castigo al criminal. La pregunta es quién es el mayor criminal, el que comete el crimen o el que puede evitarlo pero lo provoca con recortes a proyectos que ofrecen alternativas y espacios a los jóvenes para mantenerlos alejados de las calles y la cultura de bandas callejeras, introducción de costes de matriculación que harán casi imposible para algunos jóvenes de Tottenham, Brixton, Endfield... el acceder a educación universitaria, recortes en los apoyos que ayudan a sus familias a mantenerse a flote...
Las simples declaraciones de condena de May son el camino fácil, encontrar la causa y la solución es otra cosa a la que parece que este ejecutivo no quiere arriesgarse.
Los enfrtentamientos se extendieron a última hora de ayer a los barrios Lewisham y Peckham, en el sureste de Londres, donde ardieron varios vehículos y comercios.