A raíz del accidente en la central de Fukushima en Japón, parece que se ha reavivado el debate sobre la seguridad de las centrales nucleares. Las noticias sobre lo allí ocurrido son, como siempre en este tema, contradictorias. Para unos es el Apocalipsis, mientras que para otros -Foro Nuclear por ejemplo- no hay peligro y todo está bajo control.

¿Qué hay de verdad en todo esto? ¿De quién podemos fiarnos? Pues en éste caso, como en los demás, de lo que vemos por nosotros mismos y de los datos oficiales. Lo que todos hemos podido ver en imágenes son tres explosiones que han enviado a la atmósfera nubes negras de un kilómetro de altura. Si esas nubes proceden del edificio de un reactor de una central nuclear, están enviando a la atmósfera toneladas de material radiactivo. Además, estamos viendo cómo hay una nube casi permanente de vapor de agua sobre cada uno de los reactores, como consecuencia de vertidos desesperados de agua para refrigerar los reactores y las piscinas de combustible como sea. Este vapor de agua también lleva consigo a la atmósfera una cantidad importante de material radiactivo.

Teniendo en cuenta que unos pocos gramos son suficientes para provocar daños a un gran número de personas, si están expuestas a éstos materiales, no hace falta haber estudiado para saber que lo que está pasando en Japón es extremadamente grave.

Pero no son unos pocos gramos lo que hay acumulado en las centrales nucleares de todo el mundo. Son más de trescientas mil toneladas de combustible gastado. Si este residuo se dispersara por el mundo, no haría falta una guerra nuclear: desaparecería la vida tal como la conocemos. No se sabe qué hacer con él desde hace 50 años que existen las centrales nucleares, ni se vislumbra solución. Y estarán ahí durante más de cien mil años, para no exagerar.

Por eso lanzo la siguiente pregunta: Si podemos prescindir de la energía nuclear, ¿por qué seguir manteniendo el peligro que encierran y producir esos residuos?