El recital que ofreció Nikolai Lugansky en la noche del lunes resultó bastante desconcertante por la gran progresión en la calidad de su ejecución según avanzaba la velada. Las primeras piezas de Chopin fueron tocadas de una forma bastante neutra, casi indolente. Hacia el final de la primera parte, con el “Nocurno” op.27 nº2 y la “Balada” nº4, empezó a asomar una personalidad imponente, y ya en la segunda parte, con las obras de Liszt, Lugansky se reveló abiertamente como un virtuoso de una técnica y una inteligencia musical soberbias. La escalada en la calidad fue tan notoria que hasta hace sospechar que pudiera ser intencionada, un elemento dramático sabiamente empleado por Lugansky para que los allí presentes alucináramos aún más con el increíble despliegue de virtudes que mostró en los Liszt.

Los tres números de los “Años de peregrinaje”, que narran diversas reflexiones de Liszt en torno a experiencias vividas durante sus viajes, fueron expresadas con maravillosa poesía, justa y concisa, sin que las técnicas que emplea Liszt desvirtuaran en ningún momento el discurso supra-musical. Por ejemplo el “Sposalizio”, inspirado en los “Sponsorios de la Virgen” de Rafael, fue transmitido por Lugansky con una sencillez y transparencia tales que realmente parecía recrear el equilibrio simétrico y la pureza de la pintura original. Tras los “Años de Peregrinaje” llegaron dos “Estudios de ejecución trascendental”, en el que lo poético cede su lugar al trabajo técnico más extremo. Si lo que Lungansky hizo con el nº12, “Ventisca”, fue ya una exhibición extrema de virtuosismo, con el nº10, “Appassionata”, abordado a una velocidad casi pretenciosa, llegó a dar la impresión de que ni la música de Liszt, el más célebre pianista de la historia, suponía un reto suficiente para su enorme virtuosismo.

XABIER LETE