Hace tiempo que las barreras entre el documental y la ficción han saltado en pedazos, por lo que experimentos como el de Michelangelo Frammartino no encajan del todo en ninguna de las dos categorías, y se suele acudir al concepto intermedio de documental creativo en un vano intento de encontrar una posible definición. «Le quattro volte» es puro cine, una obra visual y contemplativa llena de planos estáticos, desprovistos de música o diálogos. La principal innovación reside en el humor, con una comicidad que surge de la mera observación, a la manera de las películas de Tati. Aquí basta la presencia de un animal juguetón para desencadenar un gag costumbrista en medio de una procesión. Son cosas que ocurren en un remoto pueblo calabrés, con escenas cíclicas que son fruto de un rodaje alargado a través de los años. Era necesario para captar el espíritu de la Fiesta del Árbol, y a partir de esa celebración recoger su proceso vital, formando parte de la relación entre los lugareños y la naturaleza. Del estado vegetal se pasa al mineral mediante la elaboración del carbón, que sirve finalmente para calentar a las personas y a los animales, que también nacen, crecen y mueren.