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Alfonso Sastre Dramaturgo

Entusiasmo, indignación, historia

Sombra.- Oiga, ¿Y sobre esto último no va a decir ni pío? Me refiero a los «indignados». ¿Eso es una moda o una tendencia social importante? Sastre.- Yo empezaría por decir algo sobre «la indignación», que es un tema que tiene mucha tela. ¿Sabes en qué línea? En aquella del «entusiasmo», cuando yo me planteé -con la ayuda de Kant- si el entusiasmo es una enfermedad de la inteligencia o una superación de ciertas barreras, pretendidamente científicas, que plantean el pensamiento como un discurso frío y «objetivo», independiente de toda pasión del alma. ¿Manifestar entusiasmo por la Revolución Cubana, por ejemplo, nos expulsaba del campo de la filosofía, del sagrado campo de la «objetividad»?

Sombra.- Pero Kant era un gran filósofo, y usted ha dicho en una de sus obras que él manifestó entusiasmo por la Revolución Francesa.

Sastre.- Creo que él sometió a crítica la idea de que el entusiasmo fuera una enfermedad del pensamiento y yo he participado de esa crítica y es más, opino que sin entusiasmo es imposible pensar... e incluso el mero hecho de vivir. Así pues, no sólo se puede ser propiamente un intelectual y sentir entusiasmo por estas o aquellas ideas sino que sin entusiasmo es por lo menos muy difícil tener ideas que valgan la pena. Pues bien, una reflexión análoga puede hacerse ahora con el tema de la indignación, que no tiene por qué ser un mero «cabreo» sin sentido o, en el día de hoy, una moda, sino que puede actuar como un nutriente del pensamiento más profundo. Incluso en su azaroso planteamiento actual lo es, y llama la atención seriamente sobre el mundo de las ideas, en términos que pueden recordar los que hace unos años Michael Hardt y Toni Negri formularon sobre una noción como la de «multitud», cuyas virtualidades, que yo pongo en duda hoy por hoy, parecen estar siendo probadas en alguna medida en movimientos como el 15M y en folletos como el de Stéphane Hessel que invitó a «indignarse» con formas que superaran el estancamiento de las organizaciones políticas tanto de derecha como de izquierda y sindicales, que habrían sido absorbidas por el sistema.

La verdad habría salido decididamente a la calle, sin tapujos politicarios, y algo así pone sobre el tapete con su brillantez y precisión habituales Antonio Álvarez Solís en un reciente artículo de GARA en el que llama la atención sobre lo obsoleto de algunos planteamientos tradicionalmente estimados como de izquierda y alineados hoy en el Sistema, en el que apenas malvive una multitud desesperada. En el libro «Empire» de Michael Hardt y Toni Negri, el Proletariado cede su papel de gran sujeto revolucionario (según nos refiere Atilio A. Boron en su obra «Imperio & Imperialismo») «a la esperanzada negatividad de la multitud». «El problema con los análisis de H y N -continúa Boron- es que la nueva lógica global de dominio que supuestamente preside el imperio imaginado por nuestros autores carece de contradicciones estructurales o que le sean inherentes. La única que aparece es la amenaza que eventualmente podría llegar a representar la multitud, si es que ésta despierta del sopor en que se encuentra y en el que es mantenida por obra y gracia de los medios de comunicación de masas y la industria cultural de la burguesía». Pero aun suponiendo que esta posibilidad se actualice -¿está ocurriendo ya en los actuales movimientos de indignados?- nada hay en el libro que pueda convencer al lector de que entre el imperio y la multitud existe una contradicción estructural y, por eso mismo, «insalvable». Además hay ciertas reservas que oponer a este fenómeno social de la «indignación», hoy en boga, y que parece tener marcada una fecha de caducidad.

Sombra.- Sí, sí, pero ahora, ¿hemos de ver o no con simpatía a los «indignados» de la Puerta del Sol de Madrid o de otras ciudades?

Sastre.- Eso habría que verlo, digo yo, teniendo en cuenta antecedentes históricos que dan tanto que pensar, como el de que el lanzamiento en su día de los movimientos fascistas se presentó como una crítica «revolucionaria» de la política, en formas como la siguiente: «ni de derechas ni de izquierdas». Recordemos que el llamado «uomo cualunque» conformó gran parte de la clientela de los fascismos. Es bueno también recordar que el dictador Francisco Franco recomendaba a quienes le pedían consejo: «Hagan como yo; no se metan en política». En general, yo asocio las «multitudes» a la idea de ambigüedad.

Sombra.- También es de recordar que el llamado 15M puede no ser, en el fondo, más que un recordatorio actual de la más añeja idea de democracia, entendida como «respeto a la opinión -a las opiniones- de la mayoría».

Sastre.- Bueno, a veces mete miedo lo que se oye cuando se presta atención a «las multitudes». Recordemos que las multitudes también llenan los estadios de fútbol. En fin, en todo caso yo prefiero seguir dejando la puerta abierta a las expresiones, a veces acres y hasta malsonantes de, por ejemplo, la indignación. Y déjame ser un poco pedante y que te recuerde que Kant tuvo también algún recuerdo para la indignación, palabra hoy tan en boga. Para él, sería un «supremo absurdo», digamos, ser pesimista y pensar que todo lo admirable que contiene el ser humano se produjera sólo para provocar «ruido y furor», pues de ser así, ello podría ser objeto... «de indignación», precisamente. Así hemos reunido aquí, en torno al gran filósofo, las nociones de «indignación» y de «entusiasmo». Dios cría las palabras y ellas se juntan.

Sombra.- Pero siga usted.

Sastre.- Ahora te voy a poner un ejemplo de lúcida indignación que no se deja oír, desde luego, en los ambientes académicos. Es un libro, aún inédito, que trata de ocupar un lugar en el terreno de la indignación, digamos, científica. Se titula «El mal español» y su autor se llama José Manuel Lechado. Creo que se trata de una obra científica que se presenta desnuda y más allá de cualquier miedo a decir la verdad de las cosas, cuyo lenguaje indignado me parece no sólo aceptable sino incluso deseable en estos tiempos de culto a los eufemismos que convierten cualquier situación definitivamente desoladora en «una situación no demasiado grata» y el despido libre en «flexibilidad laboral».

Este libro empieza por ser verdaderamente un libro y no una mera colección de artículos; un libro que trata de la Historia de España y que la cuenta en términos que pueden parece «crudos» y, por ello, lejanos de la seriedad objetiva propia de las cátedras universitarias. El autor emplea palabras populares, desenfadadas y que podrán parecer «feas» a algunos lectores en cuyas manos caiga, si se publica. Por ejemplo, en él podrá leerse que «los ricos son unos canallas» y que los destinos de España han sido administrados y dirigidos por una «casta cortijera», compuesta por «meapilas» para quienes las propiedades de que gozan son «un chollo» (literalmente un cerdo, del cual «se come todo»). La derecha, «los ricos», son como las ratas y se devoran entre ellas, y así a Luis XVI «le rebanaron el pescuezo» en Francia, aunque generalmente «se devoran sin llegar a exterminarse». El ejército español esta compuesto por «facinerosos», y es «eficaz tan sólo para matar españoles» y ha habido reyes, como Fernando VII, «felones» y «sinvergüenzas». A las derechas españolas en general el autor las define como «cobardes y canallas» y asegura «el carácter canalla de la aristocracia española». Todo esto es lo que me hace decir que estamos ante un libro escrito por «un indignado».

Sombra.- ¿Deja por ello de ser un libro de «validez científica»?

Sastre.- No lo creo a la vista del tratamiento inteligente con que aborda cuestiones como la gran paradoja que es el pueblo español, ya muy bien tratada por autores como José María Blanco White y Juan Goytisolo; paradoja que hace de la historia de España, que comienza (es un decir) en 1492, un horror en manos de la derecha, pero también -en algunas ocasiones- una bandera heroica (aunque la llamada «epopeya americana» fuera ciertamente, según este autor, la obra de unos aventureros «fugitivos del vasallaje»); creadora después de la guerrilla frente a los ejércitos de Napoleón; y, en su momento, una barricada de alma, carne y hueso frente a los ejércitos nazi-fascistas, precisamente en España. Mira, sombrita, nunca puedo recordar sin que se me salten las lágrimas aquellos versos memorables de César Vallejo en la «guerra española»: «Niños de España,/ Si España cae -digo, es un decir-,/¡cómo vais a dejar de crecer!»

Sombra.- Sí, jefe, ya veo que la realidad es muy compleja.

Sastre.- Bueno, ya; pero quítate esa lágrima tú.

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