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La caída de Gadafi no cierra el drama de Libia

La guerra de Libia se aproxima a su final militar, con grandes partes de la capital en manos de un ejército rebelde que, gracias a la capacidad de ataques aéreos sofisticados y letales puestos a su disposición por la OTAN, está entrando desde todas las direcciones. Fin de la partida para Gadafi, exaltado a si mismo como el «líder hermano» de Libia, decano de los gobernantes árabes y rey de reyes africanos. 42 años después, es un autócrata en huida que, hasta el momento, no ha podido ser encontrado. El cómo y el cúando de la caída total de su régimen parece ya menos relevante que el qué y el quiénes traerá la nueva era post-Gadafi. Y, en este sentido, las incógnitas no pueden despejarse, máxime teniendo en cuenta las experiencias de Irak y Afganistán que resuenan en el fondo.

Resulta pertinente recordar la advertencia que el entonces Secretario de Estado, Collin Powel, hizo a George W. Bush antes de la guerra de Irak: «Si destrozas un país, te pertenece». Gracias a su rol crucial al inclinar la balanza militar en Libia, los rebeldes y la OTAN están intrínsecamente unidos. Aunque Gadafi tuviera pocos seguidores en el mundo árabe, existe una justificada percepción de que el verdadero motivo de esa relación es el acceso al petróleo libio y el control del Mediterráneo. Tras la guerra el instinto democrático y la decencia dictan que lo ideal sería que el futuro estuviera en manos de los libios. Pero la experiencia demuestra que la reconstrucción y la restauración de nuevos equilibrios suele ser más complicada, e incluso a veces más sangrienta, que la propia guerra. Las vendettas tribales, la política de tierra quemada y el clientelismo pueden imponer su ley con una OTAN que sucumbe ante el triunfalismo y la impaciencia para apuntalar la nueva administración a su imagen y semejanza.

Hoy celebran la victoria en la guerra pero quizás no sepan ni quieran ganar la paz para Libia. Presentaron la guerra como un acto altruista para defender civiles, tomaron parte como arma crucial de una de las partes, al servicio de sus propios intereses. Pero con el paso de los días, Libia perderá interés. Las apuestas apuntan ya hacia Siria.

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