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Iñaki Uriarte | Arquitecto

San Inazio, sinvergüenzas y otras festividades

Azkuna, como alcalde, jamás ha tenido la más elemental, decente e incluso cristiana consideración hacia los ciudadanos de la villa detenidos y torturados por razones políticas, sociales y culturales

El pasado 27 de julio por la tarde, en la Diputación Foral de Bizkaia se celebró anticipadamente -a esta extirpe de políticos no se les puede interrumpir ni un fin de semana para nada de su «merecido» y prolongado descanso- un habitual festejo político-populista: San Inazio. El diputado General y su séquito de diputados tienen a bien conmemorar el copatrón de Bizkaia y Gipuzkoa, festividad de inicialmente intencionalidad religiosa transformada en un festín gastronómico. Para darse un baño de masas invitan al acostumbrado repertorio de sumisos súbditos: ciclistas de Euskaltel, algún futbolista, hosteleros, que es su entorno habitual y donde invierten gran parte de los recursos públicos para gozos personales, tenderos leales, los habituales bufones de la villa y algunas balduretas de relleno. Esta masa humana de unas 500 unidades, que sólo se representa a sí misma, no como demagógicamente dicen a la sociedad vizcaina, aguardan impacientes el final de la convencional arenga para empezar lo concreto: el festejo.

Como eran tantos y hacía calor, salieron con sus viandas y bebiendas al balcón de la Diputación donde todavía permanece una ridícula y desfasada pancarta alusiva a ETA. El numeroso público que circulaba por la Gran Vía contemplaba atónito la escena: unos señores y señoras trajeados que tragaban sin pausa y sin pudor en una deplorable ostentación pública de poder y supuesta superioridad: el pueblo llano por la calle y ellos gozando en las alturas. Estuve unos minutos esperando, a la vez que mirando, a que pasase alguien conocido que con su teléfono móvil, yo no tengo, pudiera recoger la entrañable escena. Y así fue. Mientras, observaba atentamente la reacción de los transeúntes ante tan insólita presencia en dicho balcón, y oí de todo: sinvergüenzas, caraduras, corruptos, vividores, todo el día tragando y cosas más fuertes como cabrones, hijos de... A su vez, por los alrededores, decenas de escoltas y otros parásitos al servicio particular de mediocres políticos que se revisten de autosuficiencia al tener unos siervos y coche a su plena disposición.

Como me parecía una incongruencia la inadmisible exhibición de soberbia y banalidad, miré al día siguiente qué reflejo tenía en los medios locales. Su afinidad al poder, subvenciones, exclusivas etc. se limitaron a la crónica social y resaltaban algunas partes del discurso oficial. Así, el diputado foral de Presidencia, Juan María Aburto (PNV) tuvo el cinismo y algo más de decir: «Es una barbaridad que haya políticos que se bajen el sueldo», y el diputado General, Jose Luis Bilbao, en una magistral lectura del momento presente y del acto en concreto, aseguró que corren tiempos de austeridad... que son momentos duros, pero que está convencido de que pronto se superarán. Quizá por ello aquella ostentosa celebración, un brindis selectivo al futuro, que ha costado cerca de 20.000 euros.

Pocos días después, el 31 de julio, se conmemoró en la Basílica de Loiola, en Azpeitia, la tradicional festividad a la que asistieron el alcalde de la villa, Eneko Etxeberria, el diputado General, Martin Garitano, y la presidenta de Juntas Generales, Lohitzune Txarola. Como cada año, los familiares de los prisionero políticos vascos acudieron a reivindicar con serenidad sus justos derechos, y recibieron, en contra de la indiferencia de ocasiones anteriores, el afecto de estos dirigentes de Bildu, que en una actitud de sinceridad ideológica se abstuvieron de entrar en el bellísimo templo que podrán contemplar en ocasiones lúdicas, como en los magníficos conciertos de órgano. A su vez se libraron de soportar la demagógica disertación del obispo delegado castrense Munilla.

El ciclo de la hipocresía se cierra de nuevo en Bilbo, donde el 15 de agosto, Asunción de la Virgen María en el calendario cristiano que rige, con la romería de Begoña en una convertida jornada de folklorismo religioso. El alcalde Azkuna tuvo la habitual arrogancia, atrevimiento y desfachatez de subir al altar para buscar el facilón aplauso parroquiano y el consentimiento del otro obispo compadre, Iceta. Pidió a la citada virgen, amatxu en términos populistas, su colaboración para salir de la crisis económica fruto del «incremento de la ambición y la avaricia que nos ha arruinado moralmente», en una evidente crítica a los escándalos de corrupción de su propio partido, el PNV.

Como el auditorio estaba ya previamente entregado, si no fanatizado, además de cansado por la peregrinación previa, y aburrido, acudió a la rutinaria, reiterada y rentable referencia crítica a ETA, actualmente de moda y de apreciable arraigo en las masas populares. Jamás como alcalde ha tenido la más elemental, decente e incluso cristiana consideración hacia los ciudadanos de la villa detenidos y torturados por razones políticas, sociales y culturales, casos Udalbiltza 18/98, Egunkaria, por las fuerzas de ocupación y las locales, ni siquiera hacia quienes han sido concejales en sus legislaturas. Miserable actitud al servicio de la impunidad y el españolismo.

Para reconciliar su espíritu tiene una inmediata reparadora novena: asistir rodeado de su séquito de sádicos sanguinarios al ruedo de la muerte de Vista Alegre para regocijarse con la tortura, muerte y descuartizamiento público de 54 toros. La violencia como espectáculo oficial de la villa ofrecido por el partido de las consabidas condenas. Un encierro voluntario de hipócritas. El alcalde Azkuna podría también bajar al ruedo y exigir públicamente a los matarifes de la banda asesina disfrazados de colores su disolución definitiva y la entrega de las espadas: el Tauroefecto Bilbo.

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