Crónica | Desde el frente Libio
De Zintan a Trípoli: la normalidad bajo control rebelde
Los 160 kilómetros que unen Zintan con Trípoli evidencian que la zona está prácticamente en poder de las fuerzas rebeldes. Unas dos decenas de «checkpoints» ralentizan el camino. La sensación es de tranquilidad, aunque todavía hay familias que no se fían y siguen abandonando la capital hacia Túnez.
Alberto PRADILLA
«Tenemos todo bajo control. Ya no hay milicias, los leales a Gadafi se han marchado. Ahora nosotros somos la Policía». Mohammed el-Assu, de 23 años, permanece con otros ocho jóvenes custodiando la rotonda que dirige el camino entre el centro de Trípoli y el aeropuerto. Nació en Zintan, estudió en Londres hasta los 18, regresó a la capital y ahora encabeza uno de los grupos dedicados a supervisar las carreteras.
El trayecto entre Zintan y la capital libia, impracticable hasta hace dos semanas, se ha convertido en otra de las evidencias de que, tras la ofensiva coordinada con la OTAN, los insurgentes tienen el control de las principales áreas del país africano. El-Assu detiene a los coches sonriendo, sin tensión. Casi ni se molesta en comprobar qué es lo que llevan en el maletero. Tampoco parece necesario. La mayoría de los vehículos llegan con más rebeldes, con más armas o con las ganas de sentirse parte de una victoria que ya dan por hecha. Aunque también se ven familias que se refugiaron de los combates y regresan para comprobar en qué estado está su vivienda.
El trayecto, de 160 kilómetros en algo más de dos horas, permite comprobar que los insurgentes a cargo de los checkpoints se preocupan más de quién abandona la gran ciudad que de aquel que regresa. En Zawiyah, a 40 kilómetros de Trípoli, se han establecido seis puestos de control. Únicamente dos de ellos registran los vehículos que circulan en dirección a la capital. Por contra, quienes dejan atrás sus casas en Trípoli son chequeados con mayor frecuencia, lo que provoca pequeños embotellamientos. Quizás el objetivo de los sublevados es buscar leales a Muamar al-Gadafi que tratan de escapar después de que el control de los rebeldes sobre la principal urbe libia sea ya un hecho.
Arterias coaguladas
La obsesión por la seguridad ha convertido este trayecto en un continuo y progresivo zig-zag. Desde las barricadas terreras hasta los enormes bloques de hormigón que ralentizan el paso cuando la autopista se adentra en la capital, las arterias que comunican las principales localidades del oeste libio están coaguladas por controles permanentes. Aunque incluso ahí, se respira tranquilidad.
De hecho, en alguno de los checkpoints casi hay que llamar la atención de los vigilantes armados, enfrascados en una conversación y sin prestar atención a los coches que cruzan a sus espaldas.
Pese a esta aparente sensación de retorno a la calma, Trípoli continúa siendo una ciudad semifantasma. No queda claro que la toma del poder por parte de los sublevados haya convencido a sus habitantes para quedarse. También hay que tener en cuenta que Libia es un país vespertino y que el ayuno de Ramadán, que retrasa el reloj biológico de los creyentes, provoca que la mañana se convierta en un tiempo muerto.
Sin embargo, Hassal, un rebelde ataviado con Kalashnikov, piratas y chancletas, advierte de que la calma es aparente. «Todavía se mantienen algunas fuerzas de Gadafi. Llegan en coche, disparan a lo que pueden y se marchan», asegura.
Al margen de los controles, el trayecto es un museo de las consecuencias de los combates. Tanques arrasados y viviendas agujereadas por la artillería delatan las zonas de enfrentamiento. Especialmente, los edificios de los que apenas queda su estructura, que se vinieron abajo durante los bombardeos de la OTAN en la zona.
Mientras los rebeldes cierran el cerco en torno a la ciudad costera de Sirte, las autoridades del Consejo Nacional Transitorio (CNT) intentan buscar una rendición negociada para evitar nuevos enfrentamientos.