Crónica | Rebelión en Libia
«Son negros, no libios, Muamar Gadafi les otorgó la nacionalidad»
Medio centenar de subsaharianos permanecían ayer detenidos en el club deportivo Bab Bahar, en Trípoli. Desde que los rebeldes tomaron la capital, se suceden los arrestos de ciudadanos de raza negra. Les acusan de ser mercenarios, pero las denuncias de malos tratos y ejecuciones se han multiplicado.
Alberto PRADILLA
«Son negros. No son libios. Muamar al-Gadafi les otorgó la nacionalidad». Éste constituye el principal argumento de Abdelhamid Abdelhakim, miembro del consejo local de la Medina de Trípoli, para justificar el arresto, en una sola noche, de más de 50 personas de origen subsahariano. Les acusa de ser mercenarios. Pero, por si acaso, primero se les detiene y luego se les investiga. «Si demuestran que no han cogido las armas, podrán ser libres», asegura Abdelhakim.
Desde que los rebeldes irrumpieron en la capital libia se suceden las razzias nocturnas contra la población negra, especialmente la originaria del África subsahariana. Son encerrados en lugares como el club deportivo Bab Bahar (Puerta del Mar), frente al puerto, o en la escuela del barrio de Gorji. Posteriormente, en las cárceles de Matiga y Eneshbeida. Nadie explica cómo serán juzgados.
«Llevo aquí más de 20 años. No han hecho nada». Zeina Mohammed es una mujer menuda que contiene las lágrimas e intenta traer comida y agua a dos de sus tíos: Mohammed Luca Yousef e Ibrahim Allah Zouk. Originaria de Chad, residió en Sahba (sur de Libia) mucho tiempo. En total, más de 20 años en el país. Como Zeina, una docena de mujeres, acompañadas de un batallón de menores, merodean la entrada a Bab Bahar, donde están detenidos sus familiares. Ante su presencia, los guardias, algunos de ellos armados, tratan de imponer la ley del silencio. Las apartan con desprecio, les ordenan callar y responden con los discursos habituales sobre la proliferación de matones a sueldo ante las preguntas de los periodistas sobre qué es eso que tan insistentemente quieren explicar aquellas mujeres.
«Vienen de fuera, Gadafi los trajo para matar libios», asegura Ali Mohammed, de 22 años, también encargado de la seguridad. «¡No me toques!», le grita Abdelhakim a una de las familiares que intenta hacerse entender.
Tener un pasaporte expedido en Trípoli no sirve para salvarse de esta caza. El Consejo Nacional de Transición (CNT) está dispuesto a no reconocer los documentos oficiales que avalan su nacionalidad. Algunos de sus propietarios, originarios de Chad o Níger, llevan en Libia desde los años 70, cuando se enrolaron en las Fuerzas Armadas, por lo que son militares profesionales. Otros, inmigrantes que escaparon de sus países para encontrar trabajo.
«No es libia, no es libia», responde de forma humillante Abdelhakim ante las súplicas de una de las mujeres. Al final, esta consigue hacerse entender. Se llama Salwa Aisa, lleva dos años en Trípoli y su marido Abdallah está dentro. «No hizo nada pero lo detuvieron por la noche», asegura. Cuando cae el sol, las descuidadas callejuelas de la Medina son uno de los escenarios de las redadas. Periodistas desplazados a Trípoli han podido comprobar cómo milicianos arrestan a la población negra de forma indiscriminada. Sólo el miércoles, medio centenar de personas terminó en las manos de estas patrullas. Esa mañana, otros 200 detenidos habían sido trasladados para dejar espacio a nuevos arrestos. El número total de apresados podría ascender hasta los 5.000.
«Tenemos que asegurarnos de que no tengan armas», afirma Armen Madani, miliciano que llegó a Trípoli cuando la batalla casi había terminada. Según explica, una vez detenidos se registra su casa en busca de arsenales o evidencias de su participación en la batalla. Los móviles son una de las principales pruebas. Ali Mohammed muestra el vídeo de un Nokia N73 donde aparecen soldados negros sobre varias pick-up. «Fue incautado a los detenidos», justifica.
Lo que no deja claro es cómo se investiga. Baha, uno de los jóvenes del consejo local del barrio de Gorji, insiste en que existe un sistema judicial, tres abogados y un magistrado. Pero por el centro de detención de Bab Bahar no hay rastro de ellos. «Se les trata bien, no se les pega», dice Madani. Al final, termina confesando que uno de los detenidos se llevó un tiro en el pie el miércoles. «Intentó coger un arma», justifica. Hasta Amnistía Internacional o Human Rights Watch han advertido de los malos tratos y posibles ejecuciones.
«No he hecho nada. Sólo vine de Ghana a trabajar». Éstas son las únicas palabras que logra expresar uno de los presos. Permanece, junto a sus compañeros, apelotonado en el suelo para refugiarse en la escasa sombra que cae en el pequeño campo de fútbol donde los mantienen encerrados. En seguida, la conversación se interrumpe.
No sólo los guardias intentan evitar que se hable con los presos. Mohammed el-Gaadi, miembro de una ONG caritativa creada hace 5 días y que trabaja como traductor para financiarla, delata al periodista que intenta comunicarse con el detenido. No quiere que su versión contradiga a la de los carceleros.
El CNT ha decidido ampliar en una semana el ultimátum dado hasta mañana para que las fuerzas leales a Gadafi de Sirte se rindan. Las intensas negociaciones con los líderes tribales terminaron ayer sin ningún acuerdo para la entrega de la ciudad.
La UE aprobó ayer levantar las sanciones impuestas a 28 empresas petroleras, bancarias y portuarias libias para ofrecer recursos al CNT para ayudar en la reconstrucción y la recuperación económica. París desbloqueará 1.500 millones de euros de bienes libios.
Gadafi, al que algunas fuentes ubican en Bani Walid, aseguró en otra intervención sonora, que todas las tribus libias están armadas y «no podrán ser sometidas», y les insta a emboscar a los rebeldes. Insiste en que no se rendirá y augura una guerra prolongada.
El Consejo Nacional de Transición (CNT) libio firmó un «acuerdo secreto» con el Estado francés por el que a cambio de su «apoyo total y permanente» garantizaría el 35% del total del petróleo bruto del país a las empresas galas, informó ayer el diario «Liberation». El rotativo publicó una copia completa de una carta fechada el 3 de abril y remitida al emir de Qatar, que desde el inicio hizo de intermediario entre París y el CNT, en la que los rebeldes libios prometían la explotación de ese 35% del petróleo del país, cuyas reservas rozan los 44.000 millones de barriles. Dicho acuerdo fue redactado 17 días después de que la ONU adoptara la resolución que permitía a la OTAN bombardear el país para apoyar a los rebeldes con el pretexto de proteger a los civiles.
Tanto el CNT como el ministro francés de Exteriores, Alain Juppé, negaron ese acuerdo. Juppé dijo ignorar la existencia de dicha carta pero recordó que el CNT reconoció públicamente que en la reconstrucción de Libia dará prioridad a aquellos países que le han apoyado, lo que consideró «lógico y bastante justo». ¡
«Liberation» publicó esta información horas antes de que comenzara en París la Conferencia Internacional de Apoyo para la Reconstrucción de Libia, que reúne a los líderes del CNT con altos representantes y mandatarios de sesenta estados y organizaciones internacionales como la OTAN, la ONU y la Liga Árabe para renovar su solicitud de liberación de los activos congelados de Libia y presentar sus necesidades urgentes de reconstrucción.
Sólo Sudáfrica ha manifestado su oposición y no ha acudido a esta cita, que comenzó el día en que se cumplían 42 años del acceso al poder de Muamar al-Gadafi, en protesta por la actuación de la Alianza Atlántica.
El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha recalcado públicamente en distintas ocasiones el papel principal de París, también ante la ONU, para lanzar una operación militar de apoyo a los rebeldes libios. Pero el pastel a repartir es muy goloso y muchos países están tomando posiciones para hacerse con los contratos.
Un portavoz del CNT con sede en Londres, Guma al-Gamaty, aseguró a AFP que «no habrá favoritismo político» y que el nuevo régimen procederá de forma «transparente». «Los contratos se adjudicarán según los méritos», afirmó, contradiciendo así lo manifestado hace unos días por el presidente del CNT, Mustafa Abdel Jalil, quien sostuvo que los países aliados serán favorecidos.
Libia, principal reserva de petróleo de África y cuarto productor del continente, antes de la guerra exportaba el 80% de su crudo a Europa, en particular a Italia y el Estado francés.
Ahora la producción está parada y la máquina deberá ponerse en marcha de nuevo y algunas empresas, como la francesa Total, la española Repsol y sobre todo la italiana ENI, están ya tomando posiciones, según los expertos. Aunque los insurgentes dijeron que respetarían los contratos ya firmados por el régimen de Gadafi. Pero los rebeldes están desesperadamente necesitados de dinero y todo augura que las empresas se embarcarán en una competencia feroz.
Además, los países más prudentes a la hora de posicionarse respecto a la guerra en Libia están moviendo ficha. Rusia, presente en el país africano a través de Gazprom, reconoció ayer de forma oficial al CNT como la autoridad del país y destacó su programa de reformas; mientras que Argelia, presente con Sonatrach, mostró ayer su disposición a hacerlo tan pronto como se forme un «Gobierno representativo de todas las regiones del país». Incluso China, presente en Libia en decenas de proyectos de energía, telecomunicaciones e infraestructuras, espera tener un papel protagonista en la reconstrucción y, aunque no ha reconocido todavía al CNT, ha cambiado su discurso y, además de apostar por un acercamiento, ha dicho respetar «la elección tomada por los libios» y valorar «el rol del CNT en la resolución del conflicto».
París ha insistido en que el «negocio» no está en la agenda pero las revelaciones de «Liberation» y el sentido común evidencian lo contrario. Es el momento de reconstruir un país y grandes constructoras, como la italiana Impregilo, la española Sacyr y la francesa Vincy, esperan recibir su trozo de pastel.
GARA
Gran Bretaña creó en abril una «célula petrolera» secreta en Londres para tratar de cortar el suministro de crudo a las tropas leales a Gadafi y asegurarse de que los rebeldes tuvieran carburante suficiente para seguir luchando contra el régimen.