GARA > Idatzia > Mundua

Crónica | Hambruna en Somalia

Una crisis alimentaria con motivaciones muy políticas

La sequía no explica por sí sola la hambruna que asola a una parte de la población somalí. La guerra civil que dura ya veinte años ha destruido completamente cualquier forma de Estado en Somalia y la esperanza de reconstrucción se ve aún lejana.

p024_f01.jpg

Jean Sebastien MORA Mogadiscio

En Mogadiscio, algunas ruinas visibles en las calles tienen 20 años de antigüedad. Y es que desde el inicio de la guerra civil en 1991 y la caída del dictador Barre, los enfrentamientos son permanentes, como una llama que a veces parece apagarse pero que luego se enciende con más fuerza aún.

Desde comienzos de agosto, y después de disputar el control del mercado de Bakarra con la Amisom (fuerzas africanas de «mantenimiento de la paz»), los rebeldes islamistas de Al-Shabaab iniciaron un repliegue hacia las afueras de la capital. Bajo un sol abrasador, flota en el aire de las calles reconquistadas un ambiente malsano, saturado de arena y de pólvora, y nadie se atreve a regresar.

Este «no man´s land» sólo es atravesado esporádicamente por refugiados, principalmente por mujeres con sus niños que, con sus escasas pertenencias a cuestas, siguen llegando del campo. Cadavéricos, debilitados por la sequía y por la presión ejercida por los rebeldes de Al-Shabaab, algunos han recorrido 400 kilómetros a pie. «En mi aldea no hay agua, todo el ganado ha muerto», narra en medio de los escombros una mujer de avanzada edad.

Escepticismo

Para las organizaciones humanitarias, la situación es comparable a la hambruna de 1992. La Alta Comisaría para los Refugiados estima que actualmente hay refugiados en la capital unos 550.000 somalíes, 100.000 de ellos llegados las últimas semanas.

Con la partida de los Al-Shabaab, Mogadiscio respira un poco mejor pero las amenazas de contraofensivas y atentados persisten omnipresentes. Más aún, nadie descarta que vuelvan a reconquistar la mayor parte de los barrios de Mogadiscio, como hicieron en 1997. Entonces, el retorno progresivo de los islamistas costó la vida a 3.000 soldados etíopes enrolados en la Amisom.

Pero es sobre todo la experiencia del actual Gobierno Federal de Transición (TFG) la que abona, no ya la prudencia, sino el escepticismo. Y es que asistimos al decimocuarto intento de crear un Gobierno central en Somalia desde 1990.

El presidente Sharif Sheikh Ahmed sigue gozando de un amplio apoyo en la llamada «comunidad internacional» y ha sido considerado como «la mejor esperanza del país» por la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton. Las comparaciones con el Afganistán de Karzai son inevitables. La mayor parte de los somalíes ven a Sharif Sheikh Ahmed como una marioneta de los intereses de Washington. La desconfianza se disparó hace dos meses con la destitución, en el transcurso de una reunión internacional en Kampala, de Mohamed Abdullahi Farmajo, hasta entonces un primer ministro reconocido como sincero por buena parte de la población y por las organizaciones humanitarias.

De hecho, y recluido en Villa Somalia, el TFG es un mosaico complejo de intereses que casan difícilmente. La lógica tradicional de los clanes no ha sido superada y los miembros de la importante diáspora que ha regresado de EEUU no comparten los mismos objetivos. En un clima de inseguridad permanente, la corrupción y los negocios ligados a la guerra prosperan. A modo de ejemplo, la escolta armada de delegaciones internacionales, responsables de ONG o de periodistas se ha convertido en un mercado jugoso que muchos no querrían ver desaparecer.

La reconquista de Mogadiscio debe ser matizada teniendo en cuenta que el 80% del sur del país sigue en manos de los Al-Shabaab. En el norte, Somalilandia y Puntlandia son desde hace tiempo entidades separadas, relativamente estables y que no aceptarán fácilmente el retorno de un poder central.

Pero, sobre todo, la emergencia de las milicias de Al-Shabaab debe ser entendida en el contexto de decenios de mala gestión. Los intereses de la Liga Arabe, de la Unión Africana y de la «comunidad internacional» no convergen realmente hacia una solución pacífica del conflicto.

El objetivo del operativo estadounidense «Restore Hope» en 1993 y de la invasión etíope, apoyada por EEUU, en 2006 fue siempre bloquear la ascensión de la Unión de Tribunales Islámicos (UIC en sus siglas en inglés), un movimiento islamista considerado más moderado. Este bloqueo dejó todo un espacio abierto para los más radicales de Al-Shabaab, movilizando a sus seguidores en torno al rechazo a la injerencia extranjera.

Crímenes de guerra

Al-Shabaab es, a día de hoy, una organización que reúne a combatientes muy jóvenes que, desde que nacieron, sólo han conocido la guerra. Inevitablemente, los enfrentamientos con las fuerzas africanas, pero extranjeras, de Amisom y el intervencionismo estadounidense descarado alimentan la radicalidad de esos sectores. Pese a ello, tanto las «instancias internacionales» como el flamante nuevo ministro de Defensa se muestran convencidos de que «la victoria militar acabará con el movimiento islamista radical».

La ONG Human Rights Watch denuncia que todos los protagonistas en el conflicto en Somalia, incluidas las tropas gubernamentales, han cometido crímenes de guerra y matado a civiles. «Los enfrentamientos internos entre los militares del Gobierno de Transición son frecuentes», coincide Tayeb Abdun, de la ONG Islamic Relief Worlwide. La fuerza africana de intervención (Amisom) es acusada asimismo de «abrir fuego a discreción sobre zonas habitadas por civiles durante los combates».

Una constante esta última largamente ausente en los medios de comunicación presentes porque muchos de ellos, como la televisión Al Jazeera o Radio France, se benefician del apoyo logístico de la Amisom para poder desplegarse por Mogadiscio. Teniendo en cuenta que el propio TFG descalifica públicamente las denuncias de Human Rights Watch, no cabe esperar una investigación seria sobre la verdadera naturaleza de los combates en Somalia.

Financiado por la Cruz Roja, el hospital Medina recibe a decenas de civiles heridos por bala. Los testimonios trágicos se repiten. «Mi hijo tiene ocho años. Una bala de los soldados gubernamentales le perforó la cabeza», se lamenta ante su hijo Abdi un padre de familia. Denunciando esta situación «escandalosa» e «interminable», el director del hospital, Mohamed Yusuf, apunta a todas las partes en el conflicto. «Aquí mantenemos una política de neutralidad, centrada en el paciente. Recibimos a todo el mundo, incluidos milicianos de Al-Shabaab», explica en un italiano perfecto. Una apuesta deontológica valiente pero no exenta de riesgos: amenazado, desde hace meses Mohamed Yusuf no sale del recinto del hospital, ni de noche ni de día.

 

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo