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Dabid LAZKANOITURBURU Periodista

El puñetazo en la mesa de Wikileaks

La decisión de Wikileaks de publicar, sin filtradores interesados, la totalidad de los cables diplomáticos estadounidenses en su poder es una buena noticia para los defensores del derecho y el deber a informar con veracidad y sin más tutelas que las propias.

Se «entiende» la reacción airada de los cinco rotativos occidentales a los que a finales del año pasado filtró los documentos para su tratamiento y posterior publicación, eso sí, discrecional y previa evaluación del alcance de lo que en ellos se contaba.

Tampoco sorprenden las críticas de otros estamentos de esta profesión, removidos por un resorte en el que se mezclan el corporativismo y el peor de los servilismos.

Más allá de las posibles desavenencias contractuales o de relación entre Wikileaks y estos diarios, no hay que olvidar que algunos de ellos no dudaron en sumarse a la campaña de desprestigio contra su fundador, sobre quien pende una amenaza de extradición a EEUU, mordiendo la mano del que en su día les dio de comer.

Pero el problema es de fondo. Y es que tras anunciar a bombo y platillo el inicio de una nueva era en el mundo de la información -anuncio acompañado por un puñado de interesantes filtraciones-, las cabeceras elegidas frenaron el proceso en seco, limitándose a sacar a la luz unos cables (no más del 2%) que más tenían de chascarrillo diplomático que de información de verdadero interés.

Wikileaks, que no tardó en mostrar su malestar por la gestión de sus filtraciones, ha desactivado a los desactivadores de su programa. Veremos ahora qué da de sí. Y podremos, lectores y periodistas, evaluar su interés y su alcance. Porque somos mayorcitos. Aunque no leamos ni trabajemos en «El País».