Todavía no he podido ver el documental de Wim Wenders “Pina”, así que no dispongo de elementos para compararlo con “Dancing Dreams”, una realización también presentada en la Berlinale pero un año antes. En principio la diferencia estriba en que Wenders ha querido homenajear a la coreógrafa y bailarina Pina Bausch a través de su obra completa, mientras que la periodista Anne Linsel, que debuta en el cine con la colaboración del director de fotografía Rainer Hoffman, recoge lo que fue el último espectáculo estrenado en vida por la artista fallecida hace dos veranos. El documento adquiere un importante valor testimonial, pues contiene la última entrevista con una Pina Bausch metida de lleno en una etapa de su carrera que, lejos de reflejar cansancio o decadencia, revela un postrero rejuvenecimiento mediante la revitalización de su aclamada creación de 1978 “Kontakthof” treinta años después.

Con el nuevo «Kontakthof» de 2008 Pina Bausch quiso transmitir su legado artístico a las nuevas generaciones alemanas, reuniendo un grupo de chicos y chicas de entre 14 y 18 años sin experiencia previa en el exigente mundo de la danza. Aunque la técnica documental utilizada por la debutante Anne Linsel se supedita al montaje sobre entrevistas, lo convencional del planteamiento no impide que los jóvenes aspirantes a bailarines reflejen ante la cámara su ansia de aprender, contagiando al espectador el entusiasmo por exteriorizar sus sentimientos a través de la expresión corporal. Es una forma más apasionada y directa de filtrar las interioridades de los ensayos, al contrario del veterano maestro Frederick Wiseman, que en la reciente «La danza. El Ballet de la Ópera de París» exhibía un estilo de rodar invisible destinado a captar lo imprevisto. En «Dancing Dreams» hay mucho más de preparación, de selección de lo que se quiere mostrar para destacar el poder embriagador de la música, y de que todo es bailable, incluso la banda sonora compuesta por Anton Karas para «El tercer hombre».