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Julen Arzuaga | Giza Eskubideen Behatokia

Rubalcabamandering

Los acontecimientos políticos que se han sucedido, durante el verano, desde el anuncio de adelanto de las elecciones estatales hasta la recién aprobada reforma de la Constitución española, son los elementos de la reflexión de Arzuaga, que le lleva al convencimiento de que la unidad de acción abertzale es el instrumento más eficaz frente a las trampas del Estado, representadas por el planteamiento de Pérez Rubalcaba llamando a «ganar en las urnas al independentismo».

El goteo de acontecimientos políticos -cambio de ciclo en Euskal Herria, elecciones generales, reforma constitucional exprés, reacción del PNV...- ponen encima de la mesa una cuestión que afecta al concepto mismo de la democracia: el derecho de una comunidad política a decidir. Ahora ya no está en juego el sacar más o menos escaños, sino cómo plasmar el mandato popular de un cuerpo electoral que aspira a manifestar su opinión democrática. Y ante el vértigo del sentido en se pueda expresar ese cuerpo, se manipula su configuración con interés grosero. Es decir, se manosea el dibujo que delimita el mapa de ciudadanos que elegirán sobre una cuestión que les afecta. Porque el resultado posible no gusta. Se pretende que las decisiones sobre territorios con una experiencia político-social concreta, se diluyan en circunscripciones, en ámbitos de decisión ajenos, artificiales.

No es cuestión circunstancial que determinados sujetos nacionales estén desmembrados en diferentes administraciones, para dificultar su configuración de sujeto con decisión soberana. No es casualidad que esto suceda en los Països catalans, (disgregados en tres estados y seis administraciones territoriales), en Bretaña y Korsika (en dos departamentos), en Kurdistán (en cuatro estados), en Irlanda (en dos estados)... en Euskal Herria. Las trampas a la hora de delimitar las circunscripciones decisorias no son aleatorias. Las soluciones adoptadas, son variadas, pero los motivos o intereses siempre resultan confluyentes en desdibujar el sujeto nacional con derecho de decisión.

No es en balde recordar que cuando se enfrentaba el dibujo territorial de la autonomía vasca, el PSOE barajara incluir -junto a Nafarroa- incluso la Rioja o Cantabria, para asegurarse una mayoría electoral a su favor. Aunque la solución final fue otra, el objetivo era idéntico. Cuando Monzón lo expresó como un jarrón roto, el símbolo llevaba implícito la solución: loctite político.

También le pasó a Elbridge Gerry, gobernador de Massachusetts, que a principios de siglo XIX no le salían las cuentas electorales favorables a su partido en los distritos electorales del norte y oeste del estado. Así que decidió unificarlos en una sola circunscripción, que de ese modo obtendrían menos escaños y, con la sobrerrepresentación en los otros distritos, se aseguraba la mayoría. El mapa del distrito adulterado tenía forma de una alargada salamandra (salamander) a la que los periodistas, como si se tratara de una región real, denominaron despectivamente Gerrymander. El concepto hizo fortuna en la ciencia política para representar la manipulación de los distritos electorales, obviando la cohesión de los electores, para trastocar las mayorías.

Rubalcaba entraba en la cacharrería, haciendo unas declaraciones que quiero traer a este debate: «hay que demostrar en las urnas que los que piensan que el País Vasco está mejor donde está, en España, son mayoría». Lo que plantea el tramposo, sensu contrario es que el independentismo vasco debe refrendar su proyecto en el conjunto del marco español. Lo cual es irreal. El sinsentido es que ya no tenemos que convencer a las autoridades españolas que nos reconozcan nuestro derecho a decidir, sino que tendríamos que conseguir que el electorado español se muestre en mayoría -posiblemente cualificada- a favor de nuestra independencia. Así, la perspectiva del cuerpo electoral estatal sobre su dominación en Euskal Herria prevalece sobre la opinión del electorado vasco, dominado. Los primeros tienen más derecho a una lejana hegemonía que los segundos a su autogobierno. El elector español puede decir lo que deben hacer los vascos, mientras que los vascos no pueden decir lo que deben hacer los vascos. Se imponen decisiones apoyadas únicamente en un sentimiento -la indisolubilidad de su concepto de patria- sobre cuestiones prácticas que resultan cruciales para la supervivencia, tales como dirimir nuestro futuro en el ámbito de la economía, la política, la cultura, el aspecto social... que quedan lastrados por lejanas pasiones. La resolución de la pregunta concisa ¿independencia o dependencia?, piedra de toque de un escenario democrático en Euskal Herria, se doblega ante una vocación arcaica y hoy irrelevante de fulgor imperialista. Una posición de dominación anacrónica y con pocos efectos prácticos en esos otros territorios del Estado que con o sin nosotros y nosotras, seguirán siendo lo que ellos decidan ser.

Hay dos elementos más que quiero incorporar: el primero tiene que ver con la reciente reforma de la Constitución española. Además de que ha demostrado que la carta magna puede fácilmente variarse sin excesivo rubor ni dificultad técnica, la razón de ser de la reforma ha levantado pasiones. La derecha más vetusta la ha justificado bramando contra el sistema autonómico español por asimétrico: claman unificación y centralismo. Exigen que la dinámica centrífuga del Estado sea corregida, porque es el pozo de las serpientes. Precisamente, ¿aceptar las aspiraciones de los que se sienten diferentes para después cohesionar a quienes se sienten iguales no es la forma más lógica de corregir esos males? ¿No es más aconsejable terminar con un rancio sistema político que, frente a intentonas de unificación y simplificación, resulta complejo, insolidario, injusto... irremediablemente ingobernable? ¿El reconocimiento de los derechos históricos de ciertos territorios no permitiría con más facilidad la recuperación de la identidad y la libertad que organizar el futuro de otros, todos hoy insatisfechos bajo el yugo de una Constitución parcheada?

Termino con un apunte sobre la forma de reclamar estos derechos frente a Madrid, planteada desde un binomio. Uno, el del PNV, que consiste en convertirse en la muleta de cualquiera que ocupe el Gobierno español sin la mayoría absoluta en el Parlamento -escenario que ansía el partido jeltzale- para poder así arrancar en contrapartida a su intervención en asuntos españoles alguna trasferencia irrelevante, algún puñado de millones de euros, algún despojo -en términos políticos- que traer a casa. El otro modelo es el abordado por quienes plantean una unidad de acción que juegue a la mayor. Proponen evitar el mercadeo con quien precise votos a mejor o peor precio, y plantear un cara a cara sobre aspiraciones y derechos de un sujeto de decisión: el vasco. Alentando -sin artificios- el derecho a la diferencia y la libertad de ejercerla por medio de un planteamiento coherente respaldado por una clara mayoría en Euskal Herria. Confrontando -y convenciendo- de que el soberanismo es la solución más real y satisfactoria al caos. Porque de otra manera, interviniendo activamente en asuntos que afectan sólo a España, damos por buena su intervención en los que nos afectan sólo a nosotros y nosotras. El sujeto de derechos diferencial se diluye entre cesiones y arreglos. Se valida el trucaje del gerrymandering.

Rubalcaba-mander dice que hay que «ganar en las urnas al independentismo». Constata que «los parlamentos autonómicos no tienen la facultad para declarar la independencia de ningún territorio de España», añadiendo un razonamiento contradictorio: «si declaran que el Athletic de Bilbao va a ganar la Liga, pues primero tendrá que jugarla». ¿Nos dejará el tramposo jugar este partido? Porque entrenamiento no nos falta...

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