Ycómo no extrañar a una bendita madre, a un tiempo sopa y crema, nostalgia del pasado? Aunque jamás la evoque en luna llena o  me sorprenda urdiendo carreteras o emborronando tardes... ¿cómo no agradecerle ese timón maestro capaz de rescatarme de todos mis naufragios?

Con tantas madres como algunos me cuentan que huelen a tomillo, a hierbabuena, incluso, a cigarrillo, ¿por qué esa condena mía de tener que buscarla siempre por farmacias y supermercados, nariz en ristre, de tramo en tramo, husmeando los estantes, tras la sopa Avecrem y la crema Nivea? ¿Cómo explicarle a la dependienta que no me interesan las otras sopas, las restantes cremas, que sé que son muy buenas pero que, lamentablemente, no huelen a mi madre?

Mientras estuve fuera nunca me faltaron sus abrazos sellados por el rey, sus sobresaltos y sus padrenuestros cuando le daba por suponerme desventuras y augurarme pañuelos y fracasos y, sin embargo, nunca su voz me ha conmovido tanto, ni he sentido tan cerca su palabra, tan viva su presencia, como cuando he tenido en la despensa una sopa Avecrem y una crema Nivea.

Sé de madres que huelen a cerezas, incluso, a esencia de cerveza, ¿por qué entonces no puedo recordarla trajinando pucheros o rindiendo los párpados cansados entre el sobre de sopa que acaba en la basura y la lata de crema en la mesilla, junto al niño Jesús fosforescente? ¿Por qué cada vez que la nostalgia se tropieza con ella en la cocina y permuta disculpas por reproches se transforma mi madre en otro anuncio, en una sopa Avecrem al mediodía y en una crema Nivea por la noche?